El presidente mexicano llegó a un justo y trascendental acuerdo con su homólogo de Estados Unidos en el que fueron contemplados aspectos comerciales, migratorios y de colaboración bélica.
En medio de los acordes de los himnos nacionales y una salva de honor de veintiún cañonazos, el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, acompañado de su esposa Eleanor, su nuera y dos nietos, arribó a la ciudad de Monterrey la tarde del 20 de abril de 1943 para entrevistarse con el presidente mexicano Manuel Ávila Camacho.
Era la segunda vez que se reunían los presidentes de ambas naciones: el primer encuentro fue entre Porfirio Díaz y William H. Taft el 16 de octubre de 1909, cuando conversaron en El Paso, Texas, por la mañana, y en Ciudad Juárez en la tarde.
Roosevelt llegó a bordo de un tren desde Nuevo Laredo y la comitiva fue recibida por Ávila Camacho y su esposa Soledad Orozco, acompañados de algunos secretarios del gabinete. Ambos presidentes se trasladaron al Palacio de Gobierno de Nuevo León a bordo de un Packard negro descubierto y fueron vitoreados por miles de regiomontanos reunidos a lo largo de la ruta, cubierta de banderas de ambos países. Frente a un amplio palco de honor, instalado en el pórtico central de la sede del poder estatal, desfilaron tropas de infantería, sanidad y artillería del Ejército nacional. Luego, varias escuadrillas de aviones ejecutaron evoluciones en el aire.
El entusiasmo popular por el encuentro se mostró alejado por completo de una actitud antiyanqui generada por los continuos conflictos y tensiones en las relaciones bilaterales entre estos países vecinos, desde la guerra de 1846-1848 hasta la expropiación petrolera de 1938.
En el Casino Militar se ofreció un banquete, que fue el acto público más importante por los discursos de los mandatarios, transmitidos al mundo por las estaciones de radio encadenadas. En sus alocuciones ambos prodigaron frases de buena vecindad y de compromiso en la lucha contra las naciones del pacto Berlín-Roma-Tokio, en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Roosevelt reconoció la “interdependencia mutua de nuestros recursos comunes” y pronunció una célebre frase que significó un programa de posguerra: “El día de la explotación de los recursos de un país en beneficio de un grupo en otro país definitivamente terminó”. A las 22:30 salieron en tren rumbo a Corpus Christi, en donde el ejecutivo mexicano correspondió la visita.
Ambos líderes intercambiaron abrazos y sonrisas de satisfacción, pero a pesar de la patente mejoría en las relaciones, en algunos sectores surgió la duda sobre la verdadera razón de la visita de Estado. Un indicio de ello podría hallarse en el discurso que Ávila Camacho ofreció el día anterior en Monterrey. En él planteó las dificultades y daños que causaba la escasez de artículos para los centros fabriles mexicanos que estaban sujetos a regímenes de control en las exportaciones de los países aliados, en particular de aquellos que llevaban el mayor peso de la guerra, así como la restricción en el uso civil de ciertas materias indispensables, apremiantes para la victoria.
Los antecedentes
¿A qué se refería el mandatario mexicano? Con motivo de la Segunda Guerra Mundial, Washington buscó atraer los materiales estratégicos necesarios para las industrias destinadas al esfuerzo bélico, en el menor tiempo y en cantidades suficientes, desde el continente americano entero. Este aprovisionamiento lo aseguró en los acuerdos establecidos en la Conferencia de Río de Janeiro, de enero de 1942, y en el Pacto de las Naciones Unidas, del 14 de junio de ese año. México sometió su economía a las necesidades de Estados Unidos al destinarle una buena parte de su producción industrial, el suministro de materias primas, productos alimenticios y mano de obra fabril y agrícola.
En cumplimiento de estos compromisos, el gobierno mexicano suscribió el 24 de diciembre del mismo año, luego de largas conversaciones, un tratado especial que reguló sus relaciones comerciales con Estados Unidos. La War Production Board (la agencia del gobierno norteamericano para la supervisión de la producción de guerra) estimó que México no debía exportar a otros países –incluso latinoamericanos– acero, hierro, caucho, algodón, lana ni textiles. Con la cláusula de nación más favorecida, que representó un contrato de venta exclusiva, Estados Unidos trató de evitar las ventas a los países enemigos.
De esta manera, México destinó al mercado norteamericano las exportaciones de petróleo, cobre, plomo, zinc, mercurio, fibras duras, guayule y otras materias primas, además de frutas, verduras, cerveza y toda clase de bebidas embriagantes. Por su parte, Estados Unidos se comprometió a garantizar a nuestro país el aprovisionamiento de los bienes de producción, agrícolas e industriales, así como diversos artículos de consume durable. Sin embargo, en la realidad restringió la exportación de materiales industriales, bienes de uso durable y alimentos que, en atención a este régimen de prioridades, se reservaban a su industria bélica.
Asimismo, descendió la importación de vehículos de carga y materiales industriales que, en algunos casos, desaparecieron en 1943; también escaseó la maquinaria para la industria y otras materias primas. Por ejemplo, el país requería tractores pero no podía adquirirlos porque el hierro y el acero con que se construían se destinaban a la producción de armamento. También necesitaba materiales para terminar las instalaciones de Altos Hornos de México en Monclova (Coahuila) y de la Compañía Industrial de Atenquique (Jalisco), así como maquinaria, equipo, materias primas y otros componentes básicos cuya escasez mermó la industria productora de textiles, papel, muebles, vela, vidrio y hojalata para envases, particularmente para alcohol. Debido a esta carencia, muchas empresas disminuyeron el número de sus trabajadores y algunas más cerraron sus actividades.
México aseguró un mercado en Estados Unidos para sus productos, pero se les impusieron precios semejantes a los de 1929, en muchos casos fijados por los monopolios norteamericanos, a pesar de que en el mercado internacional los precios de sus materias primas se elevaron de manera considerable, mientras los de los bienes exportados por Estados Unidos se duplicaron.
Como resultado se registró rápidamente un desequilibrio en la balanza comercial. La fluctuación hacia abajo de los precios de sus bienes estratégicos, junto con el alza de los productos manufacturados, consumió ahorros, impidió la capitalización y por lo tanto frenó el desarrollo.
Las protestas
Ávila Camacho estuvo sometido a la presión social por esta situación. Por un lado, empresarios y banqueros mexicanos se quejaron por no recibir, como deseaban, las materias primas y manufacturas necesarias para sus industrias y protestaron de manera reiterada contra las rígidas condiciones impuestas por Estados Unidos. En un discurso en abril de 1943, el director del Banco de México, Eduardo Villaseñor, criticó que la economía de guerra de Estados Unidos obstruyera la industrialización del país.
Por otro lado, estaba la tensión entre las clases populares. La producción agrícola e industrial del país sufrió una sensible caída debido a la carencia de refacciones, maquinaria y mano de obra; pero también deterioró la explotación de la tierra en los cultivos de exportación: arroz, quinina, especias, henequén, aceitunas, coco, caucho, ajonjolí y trigo, a lo que se sumó el periodo de sequía. Esto generó el encarecimiento de productos básicos agrícolas, sin autorización del gobierno federal.
La escasez de bienes de consumo provocó procesos inflacionarios, principalmente en las áreas urbanas, y el consecuente desabasto de mercancías extranjeras, que la incipiente industria nacional tampoco podía cubrir, detonó el tráfico ilegal y los sobornos, la especulación y el mercado negro.
Un nuevo acuerdo
Ávila Camacho deseaba que México recibiera un trato más benéfico por parte de su vecino, además de atenuar las severas restricciones impuestas a sus importaciones de mercancías y que fuera más laxa su prohibición de exportaciones por razones bélicas. Necesitaba un compromiso de equidad por parte de Estados Unidos a fin de importar los insumos industriales y para el consumo que requería, en ocasiones con urgencia.
Tras los arreglos diplomáticos para concertar el encuentro entre Roosevelt y Ávila Camacho en Monterrey, a solicitud de las autoridades norteamericanas su visita se mantuvo en secreto por razones de seguridad.
Roosevelt realizaba una gira de inspección en su país, principalmente en campos de las fuerzas armadas, y hasta que se encontró dentro de territorio mexicano, a las 10:00 de la mañana del día 20 de abril, se hizo público el encuentro junto a la noticia de la sede. El mandatario esperaba convencer a los mexicanos que los tiempos habían cambiado y que en adelante Estados Unidos perseguiría una relación más equitativa con su vecino. En Monterrey se iniciaría “el grueso” de las negociaciones entre ambos países.
Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "Reunión entre iguales: Ávila Camacho y Roosevelt" del autor Edmundo Derbez García, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 104.