“El Rey Sol” de Baja California

El poder de Esteban Cantú Jiménez en los años revolucionarios
Javier Bonilla

A Cantú le tocó ese México bronco donde las balas eran ley y la estrategia político-militar era la diferencia entre la vida y la muerte. De 1911 a 1920 se estableció en la península bajacaliforniana para alcanzar de todos los modos posibles la meta que se había impuesto: llegar al poder. En ese tiempo, convirtió a Mexicali en la capital del territorio y en un gran foco de desarrollo regional, gracias en buena parte a su cercanía con Estados Unidos. 

 

 

Dueño de Baja California

 

1913 y 1914 fueron años turbulentos para México. Inicia la revolución constitucionalista encabezada por Venustiano Carranza y Cantú se declara huertista. En 1913 derrotó a las tropas carrancistas a cargo del coronel Luis Hernández en el río Colorado. Por tal hazaña, “Victoriano Huerta y Aureliano Blanquet firmaron su ascenso a teniente coronel de caballería permanente. El 14 de noviembre venció a las fuerzas comandadas por Rodolfo L. Gallego en Islita, Baja California”.

 

Más tarde, en 1914, ante la inminente derrota del huertismo y con la pugna entre las facciones revolucionarias triunfantes, Cantú cambia de bando por tercera ocasión y se declara villista. Entonces no faltaron los intentos para removerlo de su cargo: el primero sucedió cuando en agosto se nombró al coronel Enrique Anaya como gobernador de Baja California, quien dispuso que Cantú se pusiese bajo sus órdenes, pero éste se rehusó a entregarle la guarnición de Mexicali y señaló que sólo dejaría su puesto a alguien designado por Carranza.

 

Para septiembre de ese año, los villistas negociaron con Cantú la designación del mayor Baltasar Avilés como jefe político del Distrito Norte, que llegó con la orden de apresar a todo colaborador de los opositores y enviar todas las tropas exfederales al centro del país, lo que fue inaceptable para Cantú y al final imposible de cumplir para el mayor.

 

Avilés decide combatir a Cantú con política, no con balas: deroga todas las franquicias para cortarle el flujo de dinero y eleva al rango de municipalidad la sección de Mexicali para restarle peso político a su oponente; éste a su vez apuesta por apoyar a la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, la cual lo reconoce como jefe militar y político del Distrito Norte; a cambio –dice Calvillo– del reconocimiento del bando convencionista, nuestro personaje se comprometió a enviar ayuda militar si se le solicitaba, lo cual para su fortuna no tuvo que hacer.

 

Con la decisión del gobierno de la Convención, Avilés se encontraba sin apoyo ni recursos y con alrededor de 250 efectivos cansados, mal pagados y mal equipados contra los quinientos al mando de Cantú que, con cada día que pasaba, parecían más una guardia pretoriana que soldados revolucionarios. El combate era por demás disparejo y a principios de diciembre Avilés opta por el exilio en San Diego, California, llevando consigo las arcas del Distrito y a Hipólito Jáuregui, amigo y colaborador de su rival, como rehén. Al enterarse, Cantú sale de Mexicali con una suma considerable de dinero y fuertemente armado para perseguir a Avilés y su grupo.

 

El 9 de diciembre llega a Tijuana, negocia la liberación de su amigo y se gana la lealtad de los soldados de Avilés al pagarles año y medio de sueldos atrasados. En seguida, el 1 de enero de 1915 publica en el periódico oficial del Distrito el cambio de capital de Ensenada a Mexicali. Estratégicamente, esta última ciudad y su valle podrían resistir un asalto mucho mejor que la primera: estaba rodeada por montañas, desiertos y el cauce del río Colorado, sumado a su clima extremo.

 

Desde ella se podría ver con anticipación lo que se acercaba. Además, la recaudación de impuestos era mayor que la de otras ciudades e iba en aumento.

 

Cantú pensaba que estaba libre de la interferencia del centro del país, pero las derrotas villistas le hacen ver que no. Esta vez no cambia de bando pero sí se desliga de los convencionalistas y se declara neutral. Posteriormente, se presenta ante el constitucionalismo como el responsable de que en el Distrito Norte no hubiera movimientos armados y sí progreso económico. Mientras la marea volvía a la calma, el 20 de noviembre de 1915 encabeza el acto oficial para declarar a Mexicali como la capital del Distrito; ahí se le presenta a los asistentes como el gobernador, dejando atrás el título de jefe político, aunque tiene el mismo objetivo: garantizar un clima de prosperidad económica y paz política.

 

Soberanía, negocios y prosperidad

 

La paz en la región dio paso a la prosperidad, mientras que el resto de México seguía sumergido en la guerra civil. Sin importar quien estuviera a cargo del gobierno federal, había el temor de anexión de Baja California a territorio estadunidense, una preocupación que fue en aumento, en parte, por las actividades agrícolas de compañías de ese país en el valle de Mexicali, aunado a la ocupación del puerto de Veracruz el 21 de abril de 1914 por la marina de los Estados Unidos, cuando tanto el gobierno de Victoriano Huerta como los constitucionalistas habían protestado y exigido su retiro inmediato, mas no Cantú; su actitud dio mucho de qué hablar en un momento de crisis internacional. Entonces, surgió la idea, nada descabellada, de que el coronel intentaba ofrecérsela al país vecino del norte. Luego, en 1916, al iniciar la expedición punitiva del general John Pershing en México contra Francisco Villa, Cantú tampoco expresó su rechazo a que tropas estadunidenses ingresaran a territorio nacional.

 

Por otra parte, para estos años la economía de Baja California se basaba en la agricultura y el entretenimiento, los dos rubros que generaban grandes ganancias para las compañías y para Cantú, quien ayudó a los productores de algodón del valle de Mexicali al rebajarles los impuestos de exportación, pues su producto tenía que ser llevado a despepitar a Calexico, California. “Así logró conciliar los intereses de empresarios de ambos lados de la frontera”.

 

A la par del auge del algodón había surgido la industria del juego y las drogas con la promulgación en Estados Unidos, el 17 de diciembre de 1914, del Acta Harrison, que establecía el cobro de impuestos a la posesión, venta y distribución de opio, hojas de cocaína y sus derivados. Ello provocó que los productores se establecieran a lo largo de la frontera con México. De esta forma, Mexicali y Tijuana tenían ingresos mensuales por ese rubro de entre trece a quince mil dólares. Werne afirma: “En esa época se estima que un noventa por ciento de los ingresos que Cantú recababa del vicio provenía de ciudadanos de los Estados Unidos”; en su punto cumbre, las concesiones para dicho tipo de negocios hicieron aumentar los ingresos del territorio a cinco millones de dólares anuales.

 

Parte de lo recabado se utilizó para la construcción del camino nacional que conectaría a Mexicali con Tijuana, instalación de servicios públicos en los primeros cuadros de las ciudades del Distrito, construcción de escuelas y del Palacio de Gobierno, conocido como “la locura de Cantú”.

 

El progreso material durante su régimen era innegable y fue usado para salir de apuros políticos; todo lo realizado era producto del villismo o del carrancismo, según fuera el caso. De seguir las cosas como estaban, el futuro de Cantú era muy prometedor; sin embargo, era cuestión de tiempo para que los revolucionarios triunfantes le pidieran cuentas por aquellas dos derrotas cuando era huertista de hueso colorado. Los días del coronel como gobernador estaban contados.

 

De la subida más alta a la caída más dolorosa

 

Cantú gobernaba sin preocupaciones hasta que todo cambió tras la muerte del presidente Carranza en mayo de 1920. Ante el hecho, declaró que no podía aceptar lo acontecido y que sería el único gobernador en México que seguiría siendo fiel al régimen de don Venustiano.

 

Su comportamiento le había dado resultado antes y no dudaba que funcionara de nuevo, pero el poder ahora estaba en las manos del grupo sonorense encabezado por el general Álvaro Obregón. La relación con ellos fue de mal en peor, al grado de que el gobierno central envió un contingente al Distrito para exigir su renuncia. Al mismo tiempo, el presidente Adolfo de la Huerta le pidió a Luis M. Salazar, amigo también de Cantú, negociar su renuncia, la cual firmaría el 18 de agosto de 1920.

 

Así, para cuando las tropas llegaron a Baja California, el gobernador se encontraba en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos. Tras su partida, sólo quedaba el 25º Batallón, al que Salazar, como gobernador interino, invitó a unirse al ejército, pero ninguno de sus miembros aceptó.

 

De esta forma, sin haber disparado una sola bala, terminaba la era del que fuera conocido como Rey Sol. El progreso material y económico durante su gobierno era increíble para la época; los usos y costumbres políticos de su administración serían heredados por su sucesor Abelardo L. Rodríguez, quien como Cantú, llegó quizá sin tener idea que encontraría fortuna y gloria en el paisaje inhóspito del desierto, la montaña y el mar de Baja California.

 

Años después, el Rey Sol regresaría del exilio y moriría de un infarto el 15 de marzo de 1966, en Mexicali, la sede de su antiguo poder. 

 

 

Éste sólo es un fragmento del artículo "El Rey Sol de Baja California" del autor Javier Bonilla, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 103