El conflicto armado entre México y Estados Unidos inició formalmente en mayo de 1846, mediante una declaración de guerra leída por el presidente James K. Polk, emitida cuando ya sus ejércitos hollaban suelo mexicano. El 7 de julio el Congreso mexicano respondió: “El Gobierno, en uso de la natural defensa de la Nación, repelerá la agresión que los Estados Unidos de América han iniciado y sostienen contra la República Mexicana”.
Después de quince meses de desastres y malas decisiones militares, tenían al ejército mexicano arrinconado y a un poderoso ejército invasor a las puertas de la capital de la República avanzando por los pueblos situados al sur.
El 19 de agosto de 1847 el Ejército Mexicano del Norte, comandado por el general Gabriel Valencia, fue derrotado en las lomas de Padierna, al sur de la ciudad de México, con lo que desapareció el más fogueado de los contingentes que la nación podía oponer al invasor. Aunque Valencia había recibido órdenes de no atacar al enemigo mientras no llegara el grueso del ejército de Santa Anna, abandonó sus posiciones y atacó por su cuenta en un acto valeroso pero de flagrante indisciplina militar que arruinó los planes del alto mando mexicano.
Los soldados se batieron a lo largo del día 19 en la periferia de la ciudad (el pedregal de San Ángel, San Gerónimo, Anzaldo y otras posiciones), en terrenos de difícil acceso. Por su parte, las fuerzas del general Santa Anna llegaron apresuradamente a posiciones cercanas adonde se desarrollaba el combate. Al amanecer las tropas seguían en sus posiciones, confiando en que el grueso del ejército atacaría la retaguardia enemiga, pero Santa Anna ordenó la retirada rumbo a la ciudad de México, abandonando a su suerte a los hombres de Valencia. Consumada la derrota, Santa Anna ordenó que las fuerzas se concentraran en la ciudad dejando en la retaguardia, fortificada en el convento de Churubusco, a la Guardia Nacional del Distrito Federal integrada por voluntarios, así como al Batallón de San Patricio, formado en su mayoría por irlandeses que en 1846 habían desertado del ejército estadunidense.
El convento de Churubusco fue atacado el mismo 20 de agosto. El desorden que reinaba en los mandos nacionales había hecho que el parque enviado al improvisado baluarte no fuera del calibre adecuado, por lo que después de rechazar a los atacantes varias veces y de infligirles pérdidas cuantiosas, los defensores de Churubusco hubieron de rendirse al invasor.
Después, representantes de ambos gobiernos acordaron un armisticio para negociar el cese de la invasión. Al descubrir los mexicanos que Texas ya no era el motivo de la guerra, sino la pretensión norteamericana de obtener mayores territorios, se rompió la tregua el 6 de septiembre.
El día 8 los estadunidenses avanzaron sobre Molino del Rey, cerca de Chapultepec, defendido por la Guardia Nacional, y en pocas horas, en una de las batallas más sangrientas de la historia de México, las tropas nacionales fueron vencidas. El cerco se cerró en torno al último bastión mexicano: el Castillo de Chapultepec, defendido por menos de mil hombres, entre los cuales había algunos cadetes del Colegio Militar, que ahí tenía su sede.
El 13 de septiembre, luego de dos días de feroz bombardeo, los invasores asaltaron el Castillo. Al pie de la rampa fue destrozado el Batallón Activo de San Blas, muriendo su jefe, coronel Felipe Santiago Xicoténcatl, y casi todos sus soldados. Entonces los invasores avanzaron. Se creían vencedores cuando desde las alturas les dispararon certeramente los últimos defensores de la soberanía nacional: los jóvenes cadetes del Colegio Militar.
Las batallas por la ciudad de México fueron el último acto de uno de los episodios más funestos de la historia nacional. Las divisiones internas, la pésima conducción militar, la ausencia de un mando político unificado e incluso las mezquindades y los egoísmos personales costaron al país la pérdida de más de la mitad de su territorio, dejándolo en una bancarrota económica, política y moral de la que tardaría décadas en levantarse. Por otro lado, la obtención de ese territorio por Estados Unidos modificaría la historia de esa nación al convertirse en uno de los pilares de su creciente poderío económico para acelerar su carrera como potencia mundial.
Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "10 batallas decisivas en la historia de México" del autor Luis Arturo Salmerón Sanginés, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 81.