Desde el periodo virreinal, la patria había adquirido un sentido predominantemente femenino: la madre patria, solían decir los españoles peninsulares para referirse a España… En el siglo XIX, la patria también se convirtió en hija cuando le asignaron como padres a quienes encabezaron las gestas que llevaron a la independencia, es decir, a unos cuantos. Los demás mexicanos eran hijos de la patria... De esta manera, el amor a la patria se homologó al amor a la madre, uno de los sentimientos primitivos más fuertes en el ser humano y del cual se esperan las acciones más radicales, incluido el martirio.
El contacto con la palabra patria inicia desde nuestra infancia, cuando pisamos el aula de una institución educativa. La escuchamos en boca de nuestros profesores de educación básica, la leemos en los textos gratuitos que recibimos y, más tarde, la escuchamos en los discursos de los políticos. Los educadores y los libros se proponen infundir en los infantes el sentido de pertenencia a una imaginada comunidad política, pero sobre todo el amor a la misma. Los políticos buscan incitar emociones, opiniones y acciones tendientes a defender una entelequia de contradictorios y cambiantes significados.
Puede argumentarse que el término sólo sirve para encubrir la maraña de intereses y posturas ideológicas del político que lo pronuncia; sin embargo, los receptores ya hemos sido acondicionados para dotarlo de algún sentido que permite la comunicación con el emisor. Aunque no pueda definirse, la palabra patria toca las fibras de la sensibilidad de muchos. Los significados son difusos y equívocos, pero funcionales, y los políticos lo saben. Ya habrían renunciado a hablar de la patria si no fuera así.
A veces se utilizan como sinónimos de patria las palabras país, pueblo o nación. Casi siempre para referirse al conjunto de personas que habitan el territorio de un Estado nacional. Sin embargo, en la cultura hispana, patria posee una carga semántica y afectiva de profundas raíces históricas que no tienen los otros vocablos. Esas sutiles diferencias explican la preferencia, consciente o inconsciente, de los políticos por el uso de dicho término para comunicarse con la ciudadanía.
La patria comienza a definirse
Las voces nación, patria, país y pueblo han estado en el idioma español desde tiempos inmemoriales. Pasaron a América como resultado de la conquista de los pueblos indígenas y la colonización del territorio realizadas por los españoles.
En el Diccionario de autoridades, cuyos tomos se publicaron entre 1726 y 1739, se registraron los términos nación, patria, país y pueblo por primera vez. Estos tres últimos tenían y tienen en común, en una de sus acepciones, un sentido territorial. Patria se definió como el “lugar, ciudad o país en que se ha nacido”. País se entendió como una determinada “región, reino, provincia o territorio”. Mientras que pueblo se registró como “lugar o ciudad que está poblado de gente”.
En los tres casos se considera al elemento humano intrínseco al territorio, pero sólo patria alude de manera explícita al lugar en que nace una persona. Esta distinción es fundamental, en virtud de que recoge el vínculo afectivo que establece un individuo con el espacio concreto y claramente acotado en que se nace y, a menudo, se crece. Es decir, remite a las relaciones sociales y al cúmulo de experiencias inherentes al ciclo vital de una persona. Hablamos del amor al terruño, a la patria chica, como se diría más tarde.
Patria e independencia
Para principios del siglo XIX la palabra patria, como extensión del hogar y la familia, se había vuelto de uso corriente en el lenguaje político. Por ello no sorprende que, durante las guerras de independencia en América, tanto realistas como insurgentes se hicieran llamar patriotas. Evidentemente su idea territorial de la patria era distinta: los primeros pensaban en todo el imperio español, mientras que los segundos sólo en una porción de éste.
Morir por la patria
En mi opinión, la retórica cívico-política mexicana del siglo XIX era patriótica, más que nacionalista, aunque las diferencias entre una y otra a veces sean sutiles. El patriotismo apela a algo similar al amor materno para enfrentar las fuerzas externas o internas que amenazaban con arrebatar la soberanía, la independencia o la integridad del territorio. Por su parte, el nacionalismo adquirió mayor importancia hasta el siglo XX, después de la Revolución, y se caracteriza por la exaltación de los valores juzgados como propios de carácter mexicano. En otras palabras, el patriotismo es como el amor materno llevado a su máxima expresión: la entrega de la vida; mientras que el nacionalismo es el orgullo por lo que se considera propio, con el fin de inventar y afianzar una identidad ante los otros. La exacerbación de la retórica nacionalista mexicana posrevolucionaria superó, pero no suprimió, a la patriótica. Ésta sigue vigente, con viejos y nuevos significados. La patria ya no alude al terruño de nacimiento –para el cual se han acuñado nuevos vocablos como patria chica o matria–, sino al territorio nacional, pero su significado no es exclusivamente espacial. Continúa remitiendo a la familia, pero no a la nuclear, sino a la “familia mexicana”.
La suave patria
Resulta difícil evaluar si en el siglo XXI el amor a la patria se vive de manera similar al amor a la madre. Sobre todo, resulta muy difícil distinguirlo del nacionalismo inoculado a través del sistema educativo y los medios masivos de comunicación a lo largo de la centuria anterior. Pese a ello, la presencia de la pasión patriótica es visible no sólo en el lenguaje cívico-político, sino también en el jurídico.
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