El retrato de Morelos

La representación simbólica del poder

Moisés Guzmán Pérez

Morelos cerró con broche de oro el año de 1812 al ocupar en noviembre la opulenta ciudad de Oaxaca, capital de obispado y de intendencia; se había ganado el título con el que lo llamaron algunos de sus contemporáneos: Rayo del Sur. En esa ciudad arregló la administración, apadrinó la edición de periódicos, reorganizó al ejército y, cómo no, patrocinó desfiles y festejos, asistió a bailes, además de posar ante un anónimo pintor para legar a la posteridad uno de sus más fieles retratos.

 

Una vez que Morelos se hizo con el control de Oaxaca en noviembre de 1812, promovió la impresión de papeles y la publicación de varios periódicos, como el Despertador de MichoacánSud Correo Americano del Sur. Fue sin duda la conquista más importante de la insurgencia, por tratarse de una capital de intendencia y de obispado, y porque además fue uno de los territorios que por más tiempo estuvo en poder de los rebeldes.

En ese contexto, uno de los testimonios que mejor sintetiza las identidades simbólicas que se estaban elaborando y difundiendo entre la gente, es el retrato del capitán general atribuido por tradición a un indio mixteco, el cual se debió pintar a finales de 1812 cuando Morelos aún residía en Oaxaca. Nada se sabe del autor del cuadro; las investigaciones que se han realizado hasta ahora no aportan nada sobre su identidad o familia, mucho menos hablan de su formación u oficio de pintor, uno de los rasgos fundamentales de su vida.

El retrato de Morelos es de medio cuerpo, de tamaño natural, pintado al óleo, un buen ejemplo de la tradición pictórica más popular que no necesariamente se sujetaba a los lineamientos de la Academia de San Carlos. Es probable que también fuera pintado al interior del edificio que servía de sede a la antigua intendencia. Fausto Ramírez señala que “el formato de medallón, con inscripción puesta al calce sobre un tablero es propio del retrato neoclásico, lo mismo que la inclusión de elementos emblemáticos en torno a la efigie. El espacio elíptico, así delimitado, le sirve de nicho a la figura del héroe, quien pretende seducirnos con la fuerza persuasiva de su mirada, imponiendo su recia personalidad”. Por su parte, Inmaculada Rodríguez sostiene que la pintura recoge la tradición española del retrato oficial y representa “una de las primeras imágenes del poder con rasgos indígenas en el México decimonónico”.

El óleo nos presenta en su parte superior, dentro de una especie de concha o moldura, una esfera con el fondo azul, en cuyo centro se localiza un águila con corona imperial, esta última resaltada en oro; el ave mira a su derecha, con las alas extendidas, parada sobre un nopal, pero sin el puente de tres arcos del “sello nacional” que acostumbraba usar la Suprema Junta. Un amplio listón de dos listas en blanco y azul celeste, con hilos de oro en sus puntas, atraviesa de forma horizontal la parte posterior de la concha. Representa la banda azul turquesa de la orden española de Carlos III, instituida por este monarca el 19 de septiembre de 1771 en San Lorenzo del Escorial, para distinguir a las personas por los servicios prestados a la Corona, de ahí el lema Virtute et Merito con que fue fundada; pero además, hacía visible el patronazgo de la Inmaculada Concepción a cuya advocación la nación española, incluidos los insurgentes, guardaban una especial devoción.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo "El retrato de Morelos" de  Moisés Guzmán Pérez. Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #88 impresa o digital:

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