Francisco Primo de Verdad

Ese oscuro y anónimo cadalso
Ramiro Cardona Boldó

Las celdas del Arzobispado de la Nueva España nunca fueron un lugar agradable. Ahí lo podemos ver: Francisco Primo de Verdad –síndico procurador del Ayuntamiento; bachiller y licenciado del Colegio de San Ildefonso; criollo ilustrado con las ideas de Montesquieu y convencido de que la soberanía había de residir en el pueblo– mirando al techo, a las paredes, a la puerta reforzada que lo obligaba a permanecer prisionero.

Apenas el 14 de agosto de ese aciago año de 1808, había propuesto con gran vehemencia, la creación de la Junta de México, para dirigir los destinos de la Nueva España mientras regresaba al trono Fernando VII, expulsado de España a consecuencia de las guerras napoleónicas. El síndico recuerda la discusión: el apoyo de Francisco Azcárate, las inopinadas maledicencias del inquisidor Bernardo Prado y Ovejero, “¡Hereje!” le había gritado. “¡Sus ideas son contrarias a la Fe Católica!”, vociferó. Recuerda Francisco que la discusión se prolongó por horas y al final, el virrey Iturrigaray no lo apoyó. Se quedó solo, pues, el procurador del Ayuntamiento de la ciudad de México.

Y después las noticias de España, las negativas de Iturrigaray a adherirse a las juntas de Oviedo y de Sevilla. Y los rumores de desobediencia y, por fin, con el arzobispo Francisco Xavier de Lizana y Beaumont y el hacendado Gabriel de Yermo en las sombras, el asalto al Real Palacio de México la noche del 15 de septiembre de 1808. Ahí acabó todo. Depuesto el virrey Iturrigaray, Primo de Verdad fue hecho preso y está ahí, en las celdas del arzobispado.

Cartas y despachos vinieron después. Francisco trata de recuperar la libertad sin perder la dignidad. Pero todo se nubla y se oscurece entre la noche del 3 y la madrugada del 4 de octubre. Los celadores gritan por la mañana del 4 y todos acuden a ver al licenciado Francisco Primo de Verdad, colgado, con ese balance perturbador de los que mueren ahorcados. Pronto se corre el rumor de que fue envenenado, pero no se sabe con certeza nunca. La verdad se queda suspendida en esa improvisada horca, en ese oscuro y anónimo cadalso.

 

“Francisco Primo de Verdad” del autor Ramiro Cardona Boldó y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 4.