Ya en 1521, por boca de un soldado de nombre Villadiego, Cortés comenzó a tener noticias de un reino enorme y poderoso. Michoacán se fue haciendo más claro conforme pasaba el tiempo y, para 1522, Cristóbal de Olid, siguiendo el curso del río Lerma, pasó por Toluca, Ixtlahuaca, Maravatío, Zitácuaro, Taximaroa, Tuxpan y llegó a una tierra de colibríes llamada Tzintzuntzan. Tal vez desde antes, los señores tutelares de los purépechas, Tingarata, Sirita Cherengue, Miequa, Axeua y Uacúsecha ya no protegían a su pueblo, porque no bien salió el hermano del Caltzoncí a parlamentar con el español, fue capturado y con esa lengua persuasiva que tenían los españoles: "Dí al Caltzoncí que no haya miedo, que no le haremos mal”, logró Olid llegar a Pátzcuaro y más tardó en instalar a sus hombres que en derribar los ídolos e incendiar los santuarios.
Y grande fue la confusión. Y grande fue el desasosiego, porque apenas cuatro meses después, salieron para Coyoacán, a la casa de Cortés, 30 cargas de cofres llenos de plata fina y 20 llenos de oro, además de mosaicos de pluma tejidos por los mejores mosaiquistas deTzintzuntzan, 340 rodelas de plata fina, ocho cajas llenas de mitra, llamadas angutari y cuatrocientos platos de plata.
Todavía tendrían que ver más despojos, todavía tendrían que ver más ídolos caídos y saber de la muerte del Caltzoncí. La conquista del poderoso reino purépecha de Michoacán, apenas había comenzado.
“La caída de Curicaveri” del autor Ramiro Cardona Boldó se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, núm. 8.