Al triunfo de la independencia, la figura de Leona Vicario permaneció en la penumbra de la vida privada, recuperando la visibilidad pública sólo en contadas ocasiones, al contrario de su esposo, quien ocupó varios cargos políticos a lo largo de tres décadas: subsecretario de Relaciones Exteriores durante el imperio de Iturbide; diputado por el Estado de México entre 1827 y 1831; asesor y luego ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos durante el gobierno de Gómez Farías en 1833 y ministro de la Suprema Corte de Justicia, desde 1835 hasta su muerte.
Desde 1821, Leona solicitó a través de su esposo, que se le devolvieran sus bienes incautados por el gobierno virreinal y fue hasta 1823 que el Congreso concedió la devolución de los bienes. A cambio del capital (más de cien mil pesos que la nación no podía entregar en efectivo) le dieron la hacienda pulquera y agrícola de Ocotepec en los llanos de Apan y la casa que había sido de las cocheras de la Inquisición en la calle de los Sepulcros de Santo Domingo número 2, frente al convento. Esta devolución sería posteriormente vista con malos ojos por los enemigos de la pareja.
También por esos años Leona recibió una distinción que no esperaba: en 1827, la ciudad de Saltillo fue nombrada “de Leona Vicario”, aunque este reconocimiento duró poco tiempo y fue seguido por el primer ataque público que sufriera en 1828. En el número 3 de El Cardillo de las Mujeres, se acusaba a doña Leona de defender a los españoles, por no apoyar la ley de expulsión y de haber actuado por amor y no por patriotismo. A ello, Leona respondió con una Vindicación, en la cual defendía su postura y achacaba a la envidia los ataques sufridos, confiaba Leona, sin embargo, que “La equidad pública dará su debido lugar a las imputaciones de la envidia”.
Sin embargo tres años después, en 1831, bajo el gobierno autoritario de Anastasio Bustamante, tanto Andrés como Leona fueron insultados y perseguidos. El diputado Quintana Roo había protestado por los maltratos que el depuesto presidente Gómez Pedraza había sufrido a manos del ministro de Guerra, eso le valió la persecución. Cuando Leona fue a reclamar a Bustamante protección para su marido, sufrió el escarnio público: los periódicos del gobierno la llamaron “apoderada” de Quintana Roo, que no podía defenderse solo. Respondió en la prensa a la injuria y más arreció la burla hacia ella, de los que habían sido realistas y ahora se hallaban en altos cargos del gobierno nacional. Eran los días en que el país se estremeció con el asesinato de Vicente Guerrero.
El ataque más brutal fue el del ministro Lucas Alamán, a través de un artículo sin firma, en el que como algo casual decía que Leona había recibido casas y haciendas en pago de unos créditos “merced a cierto heroísmo romancesco, que el que sepa algo del influjo de las pasiones, sobre todo en el bello sexo, aunque no haya leído a Madame Staël, podrá atribuir a otro principio menos patriótico”.
Es decir, se habría unido a la causa persiguiendo a su novio Andrés y por ende, no merecía que se le hubiera premiado con propiedades.
Frente a esta canallada Leona escribió una carta al ministro y como los periódicos adictos al régimen no quisieron publicarla, apareció en El federalista, periódico de Quintana Roo. Esa carta es sin duda la primera publicada por una mujer en México, defendiendo su derecho a pensar por sí misma: “Por lo que a mí toca, sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas y en este punto he obrado siempre con total independencia, y sin atender a las opiniones que han tenido las personas que he estimado. Me persuado de que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas y a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases hay también muchísimos hombres...”
Esta publicación es un fragmento del artículo “Leona Vicario” de la autora Celia del Palacio Montiel. Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #32 impresa:
Leona Vicario. Heroína Insurgente. Versión impresa.
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