Los primeros frailes que escribieron sobre el cempasúchil fueron Bernardino de Sahagún y Diego Durán. Describieron que se usaba en la fiesta de los pequeños difuntos y también en la de Cihuacóatl, recolectora de almas y protectora de las mujeres que mueren al dar a luz.
El llamativo color anaranjado del cempasúchil, lo hermoso robusto de su ramillete y su peculiar olor atrajeron la curiosidad de los castellanos desde el siglo XVI, y en sus tantos primeros viajes lo llevaron a Europa. De ahí, probablemente entre 1535 y 1574, llegó al norte de África con los contingentes españoles que invadieron Túnez. En Alemania estaba desde antes de 1545, cuando lo registró Leonhardt Fuchs, y en 1574 ya se encontraba en Francia. En 1576 el cempasúchil crecía espontáneo en la ribera del río Tajo, en España, es probable que por ahí haya navegado a Lisboa, y en una nao lusitana, dobló el Cabo de la Buena Esperanza, para llegar a India, China y Oceanía. También es posible que el cempasúchil haya llegado a Asia, por el Pacífico, desde Nueva España en el Galeón de Manila.
La presencia, difusión y disfrute tan temprano del cempasúchil en el Viejo mundo hizo suponer que su origen estaba en África; pero desde hace décadas estuvo claro que el centro de origen, diversidad, evolución, domesticación y cultivo de tan bella especie es México.
Para los botánicos estadounidenses el cempasúchil se distribuye desde su país hasta Argentina. Sus colegas mexicanos precisan que, en sentido estricto, las poblaciones silvestres están ausentes en Estados Unidos, pues se distribuye en las zonas cálidas de México; la mayor riqueza de formas silvestres de cempasúchil está en las selvas secas del occidente y del sur del país, en la región de El Balsas, para luego continuar hacia Centroamérica, pero sólo llegan al norte de Sudamérica.
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De cómo la flor de cempasúchil, con su peculiar color y olor a muerte mexicana, nació en el seno de Mesoamérica y, siglos después, se fue a la China