“¡DE APOTEOSIS!”. Así califican gran cantidad de expertos taurinos aquel 5 de febrero de 1946, cuando Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, “Manolete”, se presentó ante cincuenta mil espectadores en la inauguración de la monumental Plaza de Toros México.
Para aquel instante, la figura de Manolete era legendaria de boca en boca y de periódico en periódico, como si de un futbolista o estrella musical de nuestra época se tratara. Lo curioso radicaba en que poco o nada habían visto de él los aficionados a la fiesta taurina en México. Lo más sobresaliente había sido que en 1941 Mario Moreno “Cantinflas” le rindió homenaje en el filme Ni sangre ni arena, al interpretar a un desconocido al que se confunde con el gran Manolete y es obligado a torear. Una muestra de la popularidad sin parangón del torero.
Como fuese, la llegada del matador a nuestro país a finales de 1945 reavivó la pasión por él. De Zacatecas a Orizaba, de Irapuato a la Ciudad de México, tal fue el carisma y la técnica demostrados por este rejoneador en su gira que se llegó a pensar que la inauguración —e incluso la creación— de la monumental plaza de toros se debió a su persona y nada más, pero esto es equívoco, ya que Manolete fue simplemente la cereza en el pastel.
Nuestra bella plaza de toros fue planificada por el empresario Neguib Simón como parte de una ciudad deportiva, aprovechando los cráteres que la empresa ladrillera “La Guadalupana” dejara en los terrenos. El caso es que después de meses de construcción muchos consideraban imposible el colosal interior y menos un éxito en taquillas. Afortunadamente se equivocaron.
Ese 5 de febrero las personas llegaron incluso antes de que saliera el sol, esperando conseguir todavía un boleto para tan singular evento: Manolete en la plaza de toros más grande de América. Los afortunados en entrar tomaron con calma el retraso del evento, pues la gente seguía llegando y llegando.
Finalmente la corrida comenzó. Impecables charros desfilando alrededor de la plaza con La marcha de Zacatecas de fondo, inauguración oficial por el enviado del gobierno y por fin los flamantes toreros.
Manolete brindó un grandioso espectáculo. Desde que se retiró, la capa reflejó la mayor intensidad y maestría dejando claro a la afición que todo lo dicho y escrito sobre su figura no rebasaba los límites de la realidad. Así, cambiando la muleta de izquierda a derecha y presentándose al toro con autoridad, la totalidad de la plaza comenzó a ondear los pañuelos blancos. Manolete daba la vuelta al ruedo y se llevaba la primera oreja en la historia de la Plaza de Toros México.
“La plaza de Manolete” del autor Gerardo Díaz Flores y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 58.