John Stephen Akhwari llegó al estadio una hora después que el primer lugar y para su sorpresa todavía había espectadores mexicanos de pie y ovacionándolo.
Un estadio repleto ovacionó a Mamo Wolde al concluir la icónica prueba del olimpismo: el maratón. Mucho se especuló en los días anteriores sobre el poder etíope, pero por tercera ocasión consecutiva un representante de este país conquistó la medalla dorada de los 42.195 kilómetros, con un tiempo oficial de 02:20:26.400. El resto del medallero se hizo presente alrededor de un par de minutos después, mientras que el mexicano mejor posicionado, Alfredo Peñaloza, registró 02:29:48.800 y llegó como número trece ante sus miles de compatriotas en el estadio, quienes agradecieron y aplaudieron su esfuerzo.
Esa soleada tarde se cumplieron los protocolos de premiación, mientras los jueces registraban a los veintiséis competidores que abandonaron y a los que continuaron llegando. De a poco, el público salió del coloso de concreto, que así apagó su euforia. La noche se hizo presente y las luces se encendieron para darle la bienvenida a los participantes más rezagados, ante una tribuna con enormes huecos.
John Stephen Akhwari, de Tanzania, estaba adolorido y exhausto. Se lastimó al principio de la competencia el hombro y la rodilla. Además, el efecto de la altura de la ciudad lo acalambró alrededor del kilómetro 30. Con veintiséis años cumplidos, el exgranjero había padecido cosas peores en su país antes de convertirse en maratonista. Se negó a abandonar. Agradeció a los servicios médicos que lo vendaron e hidrataron y continuó su marcha.
Los espectadores se dieron cuenta. No podía mantener el paso. Lo ovacionaron en la calle reconociendo su entereza y le dieron ánimo para proseguir. Las fuerzas del orden se acercaron y motociclistas de tránsito lo escoltaron. Encendieron sus luces para que pudiese seguir su camino ya nocturno.
Más de una hora después del primer corredor, con un tiempo de 03:25:17.000, cruzó el umbral del Estadio Olímpico. Se sorprendió al observar personas sonreír y aplaudir. Era el último lugar. Pero comprendieron su extraordinario empuje y valor. Al final, un periodista le hizo la pregunta pertinente: “¿por qué no se dio por vencido cuando no tenía ninguna posibilidad de ganar?”.
La respuesta de Akhwari es una de las más icónicas de evento deportivo alguno y hasta la fecha es reproducida en prácticamente todos los idiomas como ejemplo para las generaciones futuras: “Mi país no me envió a 5,000 millas para empezar una carrera; ellos me enviaron 5,000 millas para terminar la carrera”.
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“No me enviaron para comenzar, me enviaron para terminar”