En 1835, en el catorce aniversario de vida independiente de México, se divulgó, a través de un escrito literario, la idea de que una mujer fue la inventora del producto fermentado de la savia de agave, el pulque (octli en náhuatl), el cual sería muy importante en la vida económica y en el consumo alimentario y de bebidas en el país por casi un siglo, hasta la Revolución mexicana.
El promotor de esta idea fue el escritor, político e ideólogo de la Independencia de México, Carlos María de Bustamante, un diputado oaxaqueño e historiador, quien en una obra publicada bajo el título de Mañanas de la Alameda de México, publicadas para facilitar a las señoritas el estudio de la historia de su país, recomendaba conocer los pormenores de la antigüedad de la nación por medio de una serie de diálogos de personajes, entre los cuales figuraban una dama mexicana y un visitante inglés.
Los diálogos abarcaban desde la época mítica de los toltecas, pasando por las migraciones chichimecas y el establecimiento del imperio acolhua y la edad de oro de Texcoco, hasta la llegada de los conquistadores hispanos. La originalidad de su obra es que intercalaba episodios históricos adaptados a una conversación instructiva y culta de personas que habían vivido el momento de la independencia política y que, a través de sus comentarios, buscaban forjar una opinión acerca de la historia como “maestra de vida”.
Bustamante había participado como promotor de la independencia del país, con Ignacio López Rayón y con José María Morelos. Tuvo contacto con el grupo secreto insurgente de Los Guadalupes, y cuando fue llamado como diputado siempre tuvo una postura en búsqueda de la autonomía nacional. Además, sentía admiración por la grandeza del pasado prehispánico y consideraba que hubo “imperios, reyes y gobernantes del Anáhuac” que respaldaban un futuro prometedor para la nación mexicana. Asimismo, sus relaciones con la clase gobernante lo hicieron una figura pública notable durante la primera mitad del siglo XIX, hasta 1848, año en que murió, el mismo del fin de la guerra contra Estados Unidos, que trató en su libro El nuevo Bernal Díaz del Castillo, o sea Historia de la invasión de los angloamericanos en México.
Debido a lo anterior, Bustamante buscó, editó y publicó numerosas obras de cronistas del México antiguo, además de escribir críticamente sobre los periodos políticos que le tocó vivir, desde la Independencia hasta los gobiernos de Antonio López de Santa Anna. No obstante, tenía un “talón de Aquiles”, como bien expresó Lucas Alamán: era “hombre de ingenio vivo, de ardiente imaginación que fácilmente declinaba en irreflexivo entusiasmo, de una credulidad a veces pueril, dejándose arrastrar por la última especie que oía, y mover por la última impresión que recibía”, y esto porque era dado a suponer relatos del pasado como hecho irrefutables, sobre todo en lo que se refiere a la época antigua del país. Por ello, no sorprende que fuera el promotor de una idea descabellada, pero acorde con su momento histórico.
Un relato romántico
Una parte de la nobleza novohispana, entre ella la “aristocracia pulquera”, había firmado el Acta de Independencia del Imperio Mexicano en 1821, como el conde de Jala y de Regla, Pedro José Romero de Terreros. Posteriormente, al convertirse el país en una República, habían aceptado suprimir los títulos de nobleza en el primer Congreso constituyente al que asistió el marqués de Vivanco, José Morán, cuya familia también estaba vinculada al mundo del pulque. Sin embargo, esto no suprimió el poderío económico y político de esos criollos, sino que se incrementó en el nuevo sistema liberal, aún con grandes conflictos con el conservadurismo.
Bustamante escribió, en las “Conversaciones séptima y octava” de sus Mañanas de la Alameda, una historia novelada en donde se evocaría a unas mujeres gobernadoras, y en especial a una reina que había sido descubridora de la pujante bebida que se convertiría en símbolo de una riqueza económica en la agroindustria para esas familias criollas. La historia retomaba el pasado mítico de la antigua Tula y refería que, en el “reinado tolteca”, Tecpancaltzin accedió al trono luego de recibir el poder de su madre Xiuhtlatzin, quien había fungido como la primera “reina gobernadora” de Tula hasta el año 1039, según la cronología del autor. Y ahí Bustamante desarrolla este relato romántico:
“Hallábase este rey retirado un día en lo interior de su palacio, cuando le avisaron que quería hablarle Papatzin, uno de los principales de la corte; mandándole entrar, y este lo hizo en compañía de una hija doncella de quince años de edad, de extremada belleza, ricamente vestida a su usanza; llamábase Xóchitl, y llevaba en sus manos un azafate con algunos regalos de comer, siendo el principal un jarro de pulque o aguamiel de maguey, cuya fábrica o elaboración acababa de inventar la niña, y como cosa nueva y muy gustosa la condujo ella misma. Recibiólo el rey con agrado, y con aquella bebida se transmitió a su corazón el veneno fatal de una pasión amorosa, voraz e indomable.”
Aceptó el regalo y pidió que se le llevara de nuevo el presente por medio de Xóchitl, acompañada solo de una nodriza, dentro de unos días. Cuando regresó, se entretuvo a la criada con obsequios mientras Tecpancaltzin, aprovechando estar solo con la joven, consiguió consumar su pasión amorosa a la fuerza y luego hizo que Xóchitl fuera a vivir al palacio de Palpan, donde será visitada por el gobernante frecuentemente.
A la familia de Xóchitl le expresan que el “rey” se encargará de su educación, por lo que los padres no imaginaron “sospecha alguna criminal”, además de que los favorecieron con el señorío de pueblos. Sin embargo, Papatzin, inconforme, logra saber el paradero de su hija y, disfrazado, consigue verla en ese palacio. La encuentra con un niño en brazos, su nieto de nombre Meconetzin o “niño de maguey”, y le pregunta: “¿Acaso, hija mía, te tiene el Rey encerrada en esta casa para ser pilmama de niños?”. Al saber la verdad, el padre exige cuentas al rey, quien avergonzado le expresa que, después de que muera su esposa legítima, su intención es casarse con Xóchitl y nombrar a su hijo Meconetzin como sucesor.
Imagina y escribe Bustamante que el rey se casa con Xóchitl y pasan a vivir con su hijo al palacio real, y esta “toma una parte activa en el gobierno, que se ganó la voluntad del pueblo”. Su hijo sería conocido como Topiltzin, “nuestro amo el justiciero”, pero la designación ilegítima como heredero levantará recelos en los parientes y súbditos del rey, lo que conllevará a la destrucción del reino de Tula por medio de una serie de eventos climatológicos, augurios, pestes, hambrunas y luego una guerra civil provocada por señores inconformes.
Según Bustamante, Topiltzin gobierna durante cuatro años con muchas virtudes; sin embargo, el orgullo y sus pasiones hacen que su regencia se llene de escándalos y corrupción. Es así como Tecpancaltzin y luego Topiltzin ejemplificarán a dos hombres que no contuvieron su deseo sexual, originando el fin de su gobierno. Se constituye, así, un relato de valor profundamente moral y aleccionador de la sociedad mexicana del siglo XIX.
En cambio, la historia de Xóchitl es completamente diferente. Cuando se desata la guerra civil contra su hijo Topiltzin, Bustamante asegura que ella estuvo al mando de un ejército de mujeres toltecas, “manifestando el brío y magnanimidad poco común en su sexo y edad avanzada” y “que emulaba la bizarría de los hombres”. Finalmente, después de una batalla de 50 días, abandonan Tula y en esa retirada en el paraje Xochitlalpan (que significa “sobre la tierra de Xóchitl”), Tecpancaltzin y Xóchitl son abatidos peleando en batalla en 1112.
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