“En las postrimerías del Porfiriato, la prensa publicó notas ilustradas de la moda femenina europea con la intención de que la mujer mexicana estuviera a la altura de las del Viejo Continente”

La República restaurada fue un periodo de renacimiento literario cuyos exponentes estuvieron comprometidos en cultivar una literatura nacional, en definir lo que era la nacionalidad mexicana y en la construcción de un Estado fuerte. Hubo, además, un auge periodístico en todo el país, impulsado no solo por hombres, sino por mujeres con inquietudes literarias. Por ejemplo, resalta la publicación de Las Hijas del Anáhuac a partir del 19 de octubre de 1873, por iniciativa de algunas jóvenes aprendices de tipografía que deseaban aplicar sus conocimientos. Se imprimió en el Taller de Artes y Oficios para las Mujeres, instalado en la calle de Chiquis, en la capital de la República. Se trata del primer periódico publicado por mujeres convencidas de que era necesario escribir para expresar sus aspiraciones. Además, para justificar sus inquietudes plantearon esta pregunta: “¿Por qué si el hombre puede manifestar públicamente las galas de su inteligencia, la mujer ha de estar privada de hacerlo, habiendo, como hay, mujeres cuyos talentos igualan a los de los hombres?”.

El primer número exhortó a las mujeres a cultivarse, a estudiar y a escribir, sin desconocer que eso las eximía de cumplir con sus labores domésticas. Quienes publicaron poemas y artículos sobre la mujer, los volcanes, la educación, el amor, la amistad, cuentos, vivencias y algunos temas históricos fueron Guadalupe Ramírez, Guadalupe Aguilera, Mateana Murguía, Isaura de Jorman, Aurora Villalón, Josefa Castillo, Natalia Gastanaga, Febronia Ramírez, las que usaron los pseudónimos de Coatlicue, Papantzin, Miahuaxóchitl, Xiuhzaltzin, Ayauzihuatl, Xóchitl, y Concepción García de Ontiveros, redactora en jefa de este periódico semanal.

La prensa católica, que también se interesó en comentar la condición de la mujer, resaltó que había sido el cristianismo el que la regeneró al rescatarla del estado de abyección al que la habían condenado las costumbres antiguas. De ser una esclava, cortesana despreciable o ramera, pasó a convertirse en la parte medular de la familia, a pesar de la tiranía paternal. Debido a esa regeneración, la familia también experimentó una transformación, convirtiéndose en el refugio de la moral y de todas las virtudes humanas. Gracias a ese cambio, el hogar contrastaba con la descomposición del mundo exterior, envuelto en la corrupción y el desenfreno. Se insistió en que el carácter de las costumbres, el modo de pensar y el comportamiento humano se configuraban dentro del seno familiar, gracias a la orientación que daba la mujer.

La revista semanal El Eco de Ambos Mundos publicó el 1 de enero de 1872 un artículo titulado “La mujer”, en el que sostuvo que la vieja idea de que ella había nacido para hacer feliz al hombre era obsoleta, aunque persistiera la costumbre de que el marido la mantuviera como esclava. Con esa idea absurda el hombre había destruido su propia felicidad al no darse cuenta de que si él era “el señor” de la casa, se debía al reconocimiento de la compañera que menospreciaba. Ese poder no era más que un instrumento de su propia destrucción que lo llevaría a extinguirse a sí mismo; la mujer, en cambio, al oponer su dulzura a la fuerza conservaba la armonía en el hogar y en la sociedad. El artículo explicó que desde la Antigüedad, el genio de la dominación se había apoderado del hombre y el abuso de su fuerza era el que lo había endurecido. Explicó que el Oriente, cuna del género humano, dio ejemplo de la opresión del bello sexo, y que a pesar de tantos siglos y revoluciones, seguía vigente el proverbio de “has nacido para ser esclava del hombre y para servirle”; pero donde la mujer es esclava, el varón también lo es.

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