Nada como esperar con ansias la llegada del salario y… ¡tener que pagar las cuentas acumuladas en la tarjeta de crédito! O tal vez solo parte de ellas.
La mensualidad del auto, ofertas de temporada en prendas de vestir y electrodomésticos, fiestas y vacaciones, son apenas parte de la amplia gama de necesidades y aspiraciones que muchos mexicanos pueden solucionar con ese plástico –aunque hoy contemos ya con su versión digital– que para algunos es salvador y para otros se vuelve una monserga, dependiendo, entre otras razones, si se entiende que no es un dinero extra y que habrá que pagarlo pronto.
El crédito ha sido una parte habitual de las transacciones comerciales y financieras en el mundo desde hace siglos, pero es hasta principios del siglo XX que se diversificó en la forma de las tarjetas de crédito que hasta hoy se utilizan, iniciando su historia en EUA. Entonces era un sistema cerrado utilizado en gasolineras y establecimientos relacionados con su expedición; por ello, solo eran aceptadas en pocas regiones, lo que limitó su uso y encareció su mantenimiento, pues solo así el emisor costeaba su infraestructura operativa. Además, su peculiar fisonomía nos resultaría inimaginable hoy, pues llegaron a ser de cartón, tal cual la describió Edward Bellamy en su novela Mirando atrás, de 1888, o de metal, como la Charge It de 1947 emitida por el Flatbush National Bank y considerada la tarjeta bancaria pionera en el mundo.
Otro cambio importante se dio hacia 1936, cuando American Airlines asoció por primera vez a una persona con los números visibles en el frente de la tarjeta. Para fines de la década siguiente surgieron nuevos esfuerzos por consolidar una tarjeta de crédito, tanto de parte de los bancos como de otras empresas, aunque seguía siendo un tema pendiente el que los usuarios pudieran usarlas en una red de comercios más amplia, lo cual ocurrió cuando comenzaron a circular las tarjetas T&E (Travel & Entertainment) en la década de 1950, gracias a Diners Club y a American Express –por cierto, hacia 1958 esta empresa fundada más de un siglo antes innovó con una pieza cuyo tamaño se asemejaba al de una tarjeta de presentación–. Sus portadores eran clientes adinerados con incuestionable solvencia económica y que solían ser vistos asociados al jet set.
El éxito fue inmediato, convirtiéndose en un fenómeno al que pronto se incorporaron de lleno los bancos con proyectos y planes articulados sólidamente, permitiendo que se vislumbrara un universo financiero de gran accesibilidad –y ya no solo dirigido a clientes con alto poder adquisitivo y viajeros– en la que las transferencias de valor monetario personales e inmediatas serían las protagonistas. En breve, las tarjetas serían también un método de pago masivo gracias a las amplias redes clientelares de los bancos, la tecnología y la globalización. Desde luego que habría que convencer a los potenciales usuarios a través de la publicidad y promoción. Así, el Bank of America envió por correo, en 1958, sesenta mil BankAmericards, la primera tarjeta bancaria continental.
Pasaron pocos años para que el entorno financiero de EUA se extendiera rápidamente a nuestro país. Las transacciones con la Diners Club se cuentan a partir de 1953 y a principios de la década siguiente tomaron vuelo las de American Express –a través de los viajeros de negocios y de placer– y la Carter Blanche. Pero como al principio en EUA, eran un producto exclusivo y sería hasta 1968 cuando se conoció al primer portador de una tarjeta de crédito bancaria creada por una institución nacional, Banamex: Gustavo Díaz Ordaz. Después de recibir la autorización de la Secretaría de Hacienda en diciembre de 1967, el 15 de enero siguiente la Banc-O-mático (después Bancomático, nombre proveniente del sistema de cómputo del banco, creado en 1966) irrumpió en el mercado nacional.
Después de un año de estudios e investigaciones, así como acciones que incluyeron “preparar quince mil solicitudes de clientes potenciales y los respectivos contratos, así como tener capturada la información en el sistema de cómputo; tener lista la distribución de las tarjetas de plástico grabadas; tener listas las placas metálicas para los negocios preafiliados; probar el sistema y subir la información de los clientes potenciales y de los negocios preafiliados a este; tener lista la distribución inmediata de los contratos, tarjetas y folletos promocionales para hacer su envío inmediato”, la tarjeta estaba lista para entrar en operación.
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Nace la tarjeta de crédito