A finales de noviembre de 1876 Vicente Riva Palacio fue nombrado secretario de Fomento, luego del triunfo de la rebelión de Tuxtepec encabezada por el general Porfirio Díaz. Entre sus obras más importantes se encuentra el establecimiento, un año después, del Observatorio Astronómico Nacional y del Observatorio Meteorológico Central.
En los dos se realizaban investigaciones especializadas y, además, ambos aportaban información para que la Comisión Geográfico-Exploradora realizara estudios geográficos y levantamientos de mapas.
Como director del Observatorio Meteorológico se nombró a Mariano Bárcena, un ingeniero y naturalista que para entonces había publicado numerosos artículos con información geológica, botánica, zoológica, paleontológica y mineralógica. A Bárcena se le encomendó la tarea de establecer una red de observatorios meteorológicos en todo el país para poder realizar las medidas que se requerían sobre el clima atmosférico, como la temperatura, la humedad y la precipitación pluvial, así como sus efectos en la agricultura y en la salud de las poblaciones humanas.
Además, se debían hacer observaciones de la manera como los cambios climáticos afectaban a las plantas, por lo que Bárcena pidió a los naturalistas que pudieran apoyarlo que registraran la floración y otros cambios de la vegetación para elaborar calendarios botánicos. En los registros de la Secretaría de Fomento de la época se pueden encontrar varios provenientes de diferentes lugares de la República.
A pesar del trabajo que se realizaba, hubo críticas. En El Monitor Republicano del 23 de febrero de 1884 el periodista Enrique Chávarri, quien firmaba con el seudónimo de Juvenal, señaló: “Hace tres días, a las seis y media de la tarde, se presentó de nuevo el magnífico espectáculo de luz crepuscular que se ha estado observando casi todo el invierno. Desde esa hora hasta las siete de la noche el cielo aparecía iluminado con los gigantescos reflejos de un inmenso incendio, como si ardieran todos los bosques de nuestro valle y la luz del incendio se reflejara en el cielo”. Señaló que el fenómeno era estudiado por los sabios de todo el mundo, pero “nuestro Observatorio Meteorológico no da señales de vida”. Decía que en los observatorios del planeta se reunían datos para comprender mejor lo que estaba ocurriendo y que era lamentable que solo en México se hiciera caso omiso del fenómeno y pasara desapercibido.
El 6 de marzo siguiente, en varios periódicos se publicó la nota de que el subdirector del observatorio, Miguel Pérez, ya estaba escribiendo un estudio al respecto. Posiblemente este fue publicado como informe en las Memorias de la Secretaría de Fomento, pero no fue localizado. Lo que sí pudo saberse es que el Observatorio Meteorológico era criticado por esto y por otras razones.
En El Monitor Republicano del 9 de septiembre de ese año, apareció una carta del propio Mariano Bárcena, en la que decía que se le había acusado de dar solamente datos del pasado, sin pronosticar los temporales que se avecinaban. Él señaló que la previsión del tiempo no era un tema completamente resuelto por la ciencia y que lo que se hacía era estudiar la relación de unos fenómenos con otros y asentar algunas reglas propias de cada localidad.
El dar cuenta de los fenómenos diarios era de gran utilidad, pues así los agricultores, comerciantes y higienistas podían saber si una helada o una sequía afectaba solamente a su localidad o a una región completa, y con base en esos datos resolver sus cálculos y proyectos. La realidad es que, gracias al Observatorio Central y a la red de observatorios que se establecieron en todo el país, la meteorología tuvo grandes avances y para la década de 1880 México se situó como uno de los 23 países del mundo que tomaban datos de manera sistemática.
Por otra parte, las coloraciones continuaron viéndose hasta finales de 1884. En una nota de El Ferrocarril de Veracruz, reproducida en El Siglo Diez y Nueve del 21 de noviembre, se escribió: “Nos alegramos extraordinariamente sobre estas coloraciones crepusculares, porque ahora empezaremos a oír primores como el año pasado. Unos dirán que son los terremotos de Java, aunque este año no los hubo, pero los sabios añadirán que todavía duran sus efectos. De seguro que ahora nos dirán que se deben al bombardeo de Keelung y Fowtchu, o a la toma de posesión de Angra Pequeña, o al cólera en Francia e Italia, o a las elecciones para presidente en Estados Unidos, o a la arranquera furiosa que agobia a todas las clases sociales. ¡Hasta que por fin acertaron los sabios! ¡Esas coloraciones son debidas al bochorno que sufren los cielos de ver tanto bolsillo vacío!”.
Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #154 impresa o digital:
Recomendaciones del editor:
Si desea saber más sobre el mundo de la ciencia, dé clic en nuestra sección “Historia de la Ciencia”.
Consuelo Cuevas-Cardona. Bióloga y doctora en Ciencias por la UNAM. Se ha dedicado a la divulgación de la ciencia y ha publicado diversos libros y artículos en revistas científicas. Sus trabajos se han enfocado en la historia de la ciencia –con énfasis en la biología–, así como en grupos y centros de investigación en México entre los siglos XIX y XX. Es profesora e investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo e integrante del Sistema Nacional de Investigadores.
La erupción del Krakatoa y las extrañas coloraciones en el cielo que asombraron a México