Ser un prestidigitador o ilusionista en la Nueva España podía acarrear acusaciones por tener un supuesto pacto con el diablo. Aun así, las actuaciones de este tipo de personajes llamaban la atención de propios y extraños.
En la historia tradicional de los espectáculos públicos se consideran principalmente las representaciones teatrales y las corridas de toros. Sin embargo, durante la época colonial y el primer siglo de vida republicana, los espectadores disfrutaron cotidianamente de actividades variadas, como las realizadas por ejecutantes con cualidades extraordinarias.
Un mago ante la Inquisición
Como muchos cómicos itinerantes, en 1730 Antonio Farfán, mago, titiritero y prestidigitador, recorrió la zona del Bajío con el fin de presentar sus actos en las plazas públicas, los atrios y los salones de las casas particulares; en ocasión de fiestas religiosas o laicas, lo mismo que en días comunes. El avance continuo de la colonización, la curiosidad por las exhibiciones extraordinarias, las costumbres recreativas y la posibilidad de obtener ingresos en regiones agrícolas y mineras, propiciaban la presencia de artistas trashumantes, como Farfán.
En su acto más atractivo, el prestidigitador presentaba un huevo a unos músicos provocándoles una parálisis de tal magnitud que les impedía tocar sus instrumentos. Luego de haberlo visto durante la fiesta de un santo patrono, dos mujeres decidieron denunciarlo ante la Inquisición. Durante el juicio, el temor a ser acusados de omisión o complicidad con el mago propició que varios testigos apoyaran la pretensión de que la inmovilidad de los músicos era resultado de una especie de pacto diabólico. No obstante, un miembro de la compañía reveló el acuerdo del fingimiento de la parálisis y Farfán resultó absuelto.
Aunque para nosotros resulta evidente desde el principio que se trataba de un truco, conviene reflexionar acerca de las condiciones que, en su tiempo, otorgaban veracidad al acto. Asumamos que los espectadores estaban convencidos de las propiedades del huevo paralizador y de la certeza de corroborarlas. En ese sentido, el juicio inquisitorial brinda la opción de reflexionar acerca de la memoria colectiva o de las creencias socialmente compartidas.
¿De dónde surge el interés del público por presenciar un espectáculo de ese tipo? Mapas, libros, leyendas de tradición oral, crónicas de viajeros y pictografías alentaban la imaginación y, simultáneamente, nutrían la certidumbre sobre la existencia de seres extraordinarios, con cuerpos y habilidades fuera de la norma: enanos, gigantes, sirenas, tritones, cinocéfalos (hombres con cabeza de perro), tusaduchas (dotados de enormes orejas) y algunos alimentados con el aroma de las flores.
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Miguel Ángel Vásquez Meléndez. *Doctor en Historia por El Colegio de México. Fue analista en el Archivo General de la Nación. Entre sus libros destaca Fiesta y teatro en la ciudad de México (2003); México personificado. Un asomo al teatro del siglo XIX (2012); Entre la diversidad y la especialidad: Enrique de Olavarría y Ferrari en los orígenes de la historiografía teatral mexicana (1869-1896) (2016), y Los patriotas en escena (2018). Actualmente es investigador en el INBAL-CITRU.
Espectáculos insólitos