Adelita, Superman, Pito Loco y otras leyendas de las antiguas historietas.
“¡No hay necesidad de que lo salve! ¡Es tan poderoso como yo!”, fue el diálogo que cientos de niños de aquella Ciudad de México de mediados del siglo XX encontraron en la portada de una de las historietas estadounidenses más populares de entonces: Superman. Con esta frase, el mítico personaje se refería a Sansón Fierro, “el hombre de acero”, y la historia entre ambos estaría por contarse dentro de aquellas delgadas páginas impresas en papel revolución y llenas de curiosas onomatopeyas. Si bien los menores no eran ajenos a los superhéroes porque ya los había nacionales desde hacía tiempo, por primera vez conocerían las aventuras del hombre del traje azul con rojo a través de su cómic.
Era marzo de 1952 cuando este primer ejemplar amaneció en los puestos de periódicos y revistas capitalinos, iniciando su propia tradición en nuestras tierras y abriendo el camino a otros superhéroes acunados en el país vecino del norte, como Batman, Capitán Marvel o la Mujer Maravilla. Desde entonces, semanal o quincenalmente, muchos jóvenes fans empuñaron sus centavos –luego pesos– y se acercaron al voceador para adquirir su edición coleccionable. Algunos más pulirían así sus habilidades lectoras o quizá hasta aprenderían a leer de una forma más entretenida, habida cuenta de que, en esa mitad de siglo, la población analfabeta sumaba alrededor de la mitad de los habitantes del país.
Con su posicionamiento en el mercado local vino aparejada su “tropicalización”. De esta manera, el sello que los introdujo al país, Editorial Novaro –antes Ediciones Recreativas (ER), fundada en 1949 y que al principio publicaba solo historietas cómicas e infantiles, pertenecientes en su mayoría a Walt Disney– llamó Marvila a la Mujer Maravilla, Raúl Jordán a Linterna Verde, Rafael Rivas al Hombre Elástico, Bruno Díaz a Batman, Ricardo Tapia a su inseparable Robin, y otras curiosas traducciones a las que el público pronto se adaptó, reflejando con ello un profundo afecto no solo a los personajes, sino también arraigo, el cual se potenciaría con la transmisión de sus caricaturas en la televisión o de sus películas en la pantalla grande en los años posteriores. Por otra parte, la industria editorial educativa también se sirvió de ellos, pues en ocasiones se obsequiaron dentro de diverso material didáctico para la educación básica. Y lo mismo en productos alimenticios.
Así, las siguientes décadas pueden considerarse de auge y culto para los superhéroes norteamericanos, que sin embargo no sepultaron del todo a sus contrapartes nacionales, ya que sus historietas se tirarían por varios años más. Sus nombres, al igual que los temas o sus superpoderes y hazañas, tampoco quedaron a deber. Por ejemplo, eran los años treinta cuando irrumpió el Flechador del Cielo –como la leyenda–, que presentaba las magníficas y no menos peligrosas aventuras del héroe prehispánico Moctezuma Ilhuicamina, siempre intentando sortear las trampas de la seductora Saye.
Hacia finales de esta década y hasta mediados de los setenta, figuró la del caballero medieval Rolando el Rabioso, quien junto a su escudero Pito Loco, era capaz de protagonizar las hazañas más descabelladas para salvar a la damisela Urlanda, y por supuesto resguardar a su rey, Ricardo Corazón de Pollo.
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