Agua para los remedios
En 1616, durante el gobierno del virrey Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, se inició una obra para dotar de agua al santuario de los Remedios. Este acueducto destacaría por el tipo de construcción de sus respiraderos, que para muchos asemejan torres de Babel o una especie de caracoles, aunque en realidad las estructuras son un sistema de sifón. Éste funciona mediante una tubería subterránea que conduce el agua almacenada en un depósito colocado a una altura suficiente para ejercer presión, permitiendo el desplazamiento del líquido hasta el extremo opuesto, ubicado a una menor altura.
Por su longevidad, podemos considerar a esta obra como uno de los vestigios de ingeniería hidráulica más antiguos de México. Sin embargo, debemos mencionar que el ejercicio de física aparentemente simple del acueducto resultó un verdadero caos por las condiciones topográficas del lugar y, sobre todo, por los cálculos erróneos para su construcción. Al final, el intento fracasó porque el santuario se encontraba en una posición más elevada que la fuente del agua, siendo por ello incapaz de proporcionar una sola gota al templo.
Así, las tuberías de este sistema se dejaron desaparecer en el olvido, aunque no ocurrió lo mismo con los sólidos respiraderos de veintitrés metros de altura que dotan hasta la fecha de una peculiar vista a quien transita por el lugar.
La arquería
Durante muchos años se creyó que las torres en forma de caracol pertenecieron al sistema hidráulico de arcos que conviven hoy junto a ellas. Sin embargo, que el agua pueda correr al descubierto y documentos sobre la etapa constructiva indican que no fue así.
Fue en 1765 cuando el virrey Joaquín de Montserrat, marqués de Cruillas, retomó la idea de abastecer de agua al santuario de los Remedios. Esta vez se abandonó el sistema de sifón y se optó por llevar agua sobre la barranca por medio de cincuenta arcos de medio punto de hasta diecisiete metros de altura y dos de cuerpo, construidos con cantera extraída del propio cerro y en un trayecto de un poco más de quinientos metros.
Pero, ya fuese por un nuevo error en los cálculos o por un distorsionador efecto visual en el paisaje que no había sido considerado, la inversión resultó otra vez un fracaso: la altura de los arcos fue insuficiente para llevar agua hasta el templo.
Esta publicación es un fragmento del artículo “El acueducto de Los Remedios” del autor Gerardo Díaz y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 90.