Rumbo al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México pasamos por la calle Genaro García. Jamás había estado en esa zona y menos en la esquina que anuncia su nombre. Sólo a través de los recuerdos de mi padre, cuando en su adolescencia intentó llevarse ese letrero a su casa. Ahí estaba escrito su nombre, le pertenecía, aunque la policía no pensó lo mismo. Tampoco había visitado esta parte de la historia familiar. Únicamente por medio de las referencias de otros, de los rumores que afirmaban que una calle había sido nombrada en honor a alguien de nuestra familia. Nunca pregunté demasiado.
Genaro García fue el nombre de mi tatarabuelo, mi bisabuelo y mi abuelo. Es el nombre de mi papá y de mi hermano. El primero de esta historia nació en 1867 y murió en 1920. Fue hijo de Trinidad García y de Luz Valdez. Un intelectual y coleccionista que se empeñó en reunir registros de otros y recopilar documentos sobre la historia de México en distintos periodos, una labor que no abandonó sino hasta sus últimos días.
Genaro es un nombre que se ha quedado en mi familia por generaciones y que en un personaje tan lejano a mí suena vacío. Un vínculo en línea directa que se escucha distante. Tatarabuelo es una palabra tan larga como la historia que se teje entre dos personas. Para acortar distancias, prefiero pensarlo como el abuelo de mi abuelo, replicar un lazo que conozco para que suene más cercano. Los años que me separan de él son proporcionales a lo poco que sé de su vida. Entre mi nacimiento y su muerte pasaron casi setenta años; entre él y yo desaparecieron muchos de los que guardaban memoria. Tuvo once hijos y, al ser una familia tan grande, se ha perdido el rastro de muchos.
Esta historia familiar, como muchas, está marcada por el distanciamiento y los conflictos entre sus miembros. Hace algunos meses decidí reunir la poca información que tenía, junto con los rumores domésticos, para buscar verdades provisionales en las fuentes documentales.
La primera opción cuando se quiere buscar a alguien o saber más de algo, es preguntar a los más cercanos y luego indagar en su pasado a través de sus registros. En este caso, el legado del investigado es un registro en sí mismo, pues durante años formó una colección de documentos. Un acervo con un sinfín de materiales, tanto ordinarios como raros, de la historia de México, el cual llegó a la Universidad de Texas, en Estados Unidos, un poco después de su muerte, a través de una compra monumental. Yo llegué al mismo lugar 94 años después. Volé de la ciudad de México a Houston y luego llegué a Austin, sede de la universidad, por tierra. El camino estuvo lleno de dudas.
Esta publicación es un fragmento del artículo "El tesoro de Genaro García" de María Fernanda García y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 88.