King Crimson, cincuenta años desde que la música no volvió a sonar igual

Ismael Villafranco

 

México ha sido privilegiado por King Crimson tras designarlo como sede de múltiples conciertos en sus dos últimas giras mundiales; el pasado agosto la banda se presentó en Ciudad de México y Guadalajara para celebrar con su audiencia sus cincuenta años, así como los de su ópera prima In the Court of the Crimson King, álbum que desde el primer momento en que se escuchó cambió la forma de entender y hacer música.

El año de 1969 comenzó con un aroma desalentador a causa de las atrocidades que ocurrían en la Guerra de Vietnam; tantas muertes, lejos de justificar la paz mundial, permitieron el clima necesario para que los jóvenes de todo el mundo tomaran la palabra y exigir un rumbo mejor para la humanidad, originando también con ello una revolución intelectual que puso a la vista de la historia todas las capacidades creativas con las que contaban los futuros adultos. El mundo de la música no quedó exento de dicha revolución. Grupos como Pink Floyd, The Beatles o East of Eden dieron sus primeros pasos fuera de las fronteras del rock para explorar posibilidades importadas de otros géneros musicales, culturas mundiales, tecnologías o todo aquello que tuvieran al alcance para hacer la música diferente.

Durante julio de ese año el mundo conoció a King Crimson por un pequeño instante, dentro de una pesada y enrarecida atmósfera generada por cerca de medio millón de espectadores reunidos para conocer al nuevo guitarrista de The Rolling Stones. En aquel caprichoso clima, el mundo presenció por primera vez a King Crimson, sin tener la menor idea de cómo reaccionar a su música, creada para escucharse, no para bailarse, con líricas diseñadas con poesía y pronunciadas con la poderosa voz de Greg Lake (quien en 1970 formaría la emblemática banda Emerson, Lake & Palmer), ejecutada por un grupo de excelentes músicos que, con el afán de demostrar su virtuosismo, se exigieron crear música en donde cada una de las decisiones representaba una forma progresiva de hacerlo; no por falta de habilidad o academicismo, sino por el contrario, con la intención de empujar sus capacidades creativas a límites para ese entonces desdibujados.

Exigiéndose un mayor esfuerzo mental en lugar de uno físico, los músicos de King Crimson hicieron las cosas sin expectativas. Simplemente permitieron que sucedieran. Dejaron a lo irracional decidir. Accedieron a que las canciones duraran el tiempo que fuera necesario, siempre a favor de la plasticidad orgánica de la creación, para así registrar sus ideas en un simbólico álbum que reunió a este grupo de amigos por unos meses únicamente para cambiar el mundo y después seguir cada uno de ellos con su propio camino, siendo hasta la fecha Robert Fripp el único miembro fundador activo y albacea del proyecto.

Para disfrutar un álbum del tamaño de In the Court of the Crimson King es necesario poner atención en la forma en que está hecha su música, para así notar las influencias del jazz y la música clásica que lograron amalgamar en el sonido del naciente rock progresivo que, como su nombre lo indica, era el rumbo que suponía debía tomar la música. No debe ser casualidad que, cuatro meses después, las primeras notas que el mundo escucharía de Black Sabbath en su disco debut serían de un riff disonante bastante inusual en la música de esos años.