La novela histórica cuenta con una larga tradición e incontables lectores. El lugar de nacimiento de este popular género literario fue Gran Bretaña, en cuya nómina de autores se hallan nombres tan ilustres como el de Walter Scott (Ivanhoe), Charles Dickens (Historia de dos ciudades) y más recientemente Robert Graves (Yo, Claudio).
Ellos hicieron escuela y numerosos escritores de todo el mundo les siguieron y les siguen los pasos, desde León Tolstoi y su genial La guerra y la paz, hasta las aportaciones mexicanas de Juan A. Mateos (El sol de mayo), Francisco L. Urquizo (Tropa vieja), Martín Luis Guzmán (La sombra del caudillo) y Fernando Benítez (El rey viejo), quienes estructuraron sus novelas en torno a trascendentales hechos de nuestra historia.
Prolífico como ninguno, Benito Pérez Galdós acometió la gigantesca tarea de escribir los Episodios nacionales, para contar en 46 novelas la historia de España, desde 1805 hasta 1880. Y lo hizo magistralmente. Max Aub, periodista y crítico avecindado en México, dijo de los Episodios nacionales: “Perdiérase todo el material histórico de esos años [el siglo XIX] salvándose la obra de Galdós, no importaría. Ahí está completa, viva, real, la vida de la nación durante los cien años que abarcó la garra del autor”. Y concluye con una frase lapidaria: “Galdós ha hecho más por el conocimiento de España por los españoles –por el pueblo español– que todos los historiadores juntos”.
En efecto, leer los Episodios nacionales enseña más y mejor la historia de España en el turbulento siglo XIX que un montón de sesudos volúmenes escritos por especialistas. Con Pérez Galdós seguimos paso a paso el innoble proceder de Carlos IV y de Fernando VII, la promulgación de la Constitución de Cádiz, la invasión de la península por el ejército napoleónico, el restablecimiento de la monarquía y la persecución y presidio de los diputados liberales autores de la Constitución. Por allí aparece nuestro paisano don Miguel Ramos Arizpe, citado como “Arispe” entre los diputados aprehendidos por el despótico Fernando VII.
Sin embargo, hay que distinguir entre novelas históricas y novelas históricas. En los últimos años se ha registrado en México un boom de este tipo de ¿literatura?, cuyo fin no es rescatar episodios del pasado, sino provocar el morbo del lector torciendo los hechos o degradando a los considerados héroes mediante la exhibición de sus peores defectos, reales o ficticios. En alguna de estas pseudonovelas históricas se insiste hasta la náusea en la paternidad de don Miguel Hidalgo y Costilla, mientras otro exitoso autor sorprende a sus ingenuos lectores describiendo a Emiliano Zapata sosteniendo relaciones homosexuales. Basura, pues.
Lo lamentable es que buen número de lectores de este tipo de bazofia la confunda con la historia y considere que el autor se basa en documentos. Esto trae como consecuencia la falsificación del pasado y una percepción errónea de lo que hemos sido en el transcurrir de los siglos.
Las editoriales, que solo ven por el negocio y miran la caja registradora, publican libro tras libro de estos autores, todos ellos productores en serie de patrañas. Dos posibles vacunas contra esta infección literaria sería que los libros de los historiadores resultaran más amables de leer y que se incrementara la producción de los divulgadores capaces de atrapar al lector, al contarnos sin torcimientos lo que ocurrió.