Parte vital de nuestra historia con el resto del mundo son las dos principales llaves marítimas que a través de los años han unido a México con el Viejo Continente. El puerto de Veracruz primero y, con el paso de los años, el de Tampico, ubicado en la desembocadura del río Pánuco, en Tamaulipas.
Tampico cobró importancia, sobre todo, a partir de la independencia de México, cuando en 1827 allí se estableció formalmente una aduana marítima y se propuso para recibir embarcaciones de mayor calado. De hecho, fue en este sitio donde en 1829 las fuerzas españolas intentaron una expedición de reconquista, eficazmente aplastada por el general Antonio López de Santa Anna.
Durante el Porfiriato, con la llegada de mayor inversión extranjera, se pudieron desarrollar el muelle, escolleras, diques y almacenes del puerto para las exportaciones e importaciones, lo que benefició a la zona norte mexicana. Con estos avances, la necesidad de un edificio a la altura de cualquier aduana mundial, como signo de fortaleza y confianza económica, se hizo evidente.
Fue así que en 1896 se inició la construcción de un elegante diseño inglés que fue finalmente inaugurado por el presidente Porfirio Díaz en octubre de 1902. Su construcción se basó en piezas prefabricadas: ladrillo carmesí de Inglaterra, recia herrería francesa y fina madera de Estados Unidos, entre otros materiales.
Hoy la antigua Aduana ha sido desplazada por instalaciones adecuadas para el alto tonelaje. En su interior resguarda el Museo La Victoria de Tampico de 1829.
La nota breve titulada "La aduana de Tampico" en la sección "Usted está aquí" del autor Gerardo Díaz se publicó en Relatos e Historias en México, número 121. Cómprala aquí.