La escena de Queta Basilio corriendo hacia el pebetero fue quizá lo más captado de México 68, pues en el Estadio Olímpico se encontraban reporteros de agencias nacionales e internacionales.
Aquel otoñal 12 de octubre de 1968 no pudo ser más impactante para la corredora Enriqueta Basilio, quien, con apenas veinte años cumplidos, protagonizaba el momento cumbre del acto inaugural de los máximos juegos deportivos del orbe a celebrarse en México: encender el pebetero olímpico. Y así lo atestiguaban todas las almas presentes en el novel Estadio Olímpico Universitario: las delegaciones formadas sobre el pasto, las autoridades nacionales e internacionales y un público que no paraba de aplaudir.
Entonces, el momento llegó: un cadete puso la antorcha en manos de Enriqueta y ella, solemne, erguida, inició su actuación. La larga zancada con que la bajacaliforniana pudo plantar esa imagen gallarda en la tradición olímpica también le alcanzó para recorrer la pista de atletismo y subir la escalinata rumbo al pebetero, donde después de mostrarla al clamoroso público que la acompañara con sus sonoros “¡México! ¡México!”, finalmente depositó la flama. Así terminaba el andar de la antorcha por el país, luego de que llegara al puerto de Veracruz a bordo del navío Durango y fuera desplazada por diecisiete nadadores que recorrieron cerca de 850 metros para terminar en tierra firme.
Norma Enriqueta Basilio Sotelo es originaria del ejido Puebla, en el valle de Mexicali. Comenzó a figurar en el atletismo en algunas pruebas estatales, en las que se hizo, por ejemplo, de la marca mexicana de los 80 metros con vallas de primera fuerza, y con las que captó la atención del entrenador polaco Vladimir Puzio, quien la convocó para integrarse al seleccionado nacional, aunque ello tardaría unos meses más en concretarse. De tal modo que para 1968 llevaba poco tiempo como parte de la élite deportiva del país, pero ello no impidió que fuera elegida como la portadora del fuego olímpico. A ello se sumó su elegante figura que luciría en la inauguración.
Así, la mujer a quien su madre le confeccionaba su ropa deportiva holgada para las competencias, que cambió los cultivos de algodón y trigo de su comunidad natal por las pistas de atletismo y que en las Olimpiadas tuvo que usar el uniforme que le dieron para los Juegos Panamericanos de Winnipeg (Canadá) del año anterior porque el del evento nunca llegó, pasó a la posteridad como la primera atleta en portar la antorcha y encender el pebetero en unos Juegos Olímpicos.
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