Coches, carretas, forlones, carrozas, carruajes, literas, diligencias… Todos estos nombres evocan vehículos en que los novohispanos viajaban y se trasladaban a sus destinos.
Multas y restricciones
En las grandes ciudades, las carretas y carruajes empezaron a ocupar un lugar importante como medio de transporte. Todas las familias de las altas sociedades querían tener uno; en ellos se sustentaba su jerarquía y abolengo.
Según De Valle-Arizpe, el rey Felipe II (1527-1598) prohibió por cédula real, en 1567, el uso de coches en Nueva España debido a que pensaba que los caballos eran fundamentales para la guerra y la defensa ante sublevaciones, pero no para la poca actividad que implicaba jalar una carroza. El mandamiento indicaba multas de quinientos pesos por el uso de dicho vehículo y de doscientos pesos a toda persona que ingresara coches al territorio novohispano.
Para 1600, bajo el reinado de Felipe III (1578-1621), se dieron nuevas disposiciones y hubo la licencia de transitar libremente con carruajes de dos y cuatro caballos, siempre y cuando no llevaran adornos de seda con bordados de oro y plata; además, solo podían ser utilizados por los dueños. También se impedía a las mujeres utilizar los vehículos, con excepción de aquellas que tuvieran alguna enfermedad y necesitaran ser transportadas. Para 1611, se permite de nuevo este transporte a las damas, con la condición de que no fueran tapadas para que se les pudiera ver y reconocer; aunque su uso era vetado a aquellas de “moral distraída”, conocidas como “tuzonas”.
Lujo y riqueza
Otra manera común de transportarse en Nueva España era el uso de literas y sillas de mano, en las cuales se sentaban las personas mientras eran cargadas por negros o lacayos, y en las que resultaban muy comunes las caídas y accidentes. El explorador y naturalista alemán Alexander von Humboldt (1769-1859) utilizó este medio para recorrer y hacer sus investigaciones en gran parte del territorio.
También estaban los forlones, caracterizados por llevar una cabina con puertas en donde se podían observar las insignias o escudos de la familia. Había ejemplares que, en lugar de portezuelas, tenían pesadas cortinas con borlas y flecos. Los lacayos que acompañaban a los dueños podían colocarse en la parte trasera, sujetados por tiras o lianas de cuero para evitar accidentes.
Estos medios de transporte en ocasiones eran adornados con grandes lujos y detalles. El viajero y misionero inglés Tomas Gage (1597-1656), quien recorrió de 1625 a 1637 los actuales territorios de México y Guatemala, detalla en sus crónicas: “Es refrán en el país que en México se hallan cuatro cosas hermosas: las mujeres, los vestidos, los caballos y las calles. Podría añadirse la quinta que serían los trenes de la nobleza, que son mucho más espléndidos y costosos que los de la Corte de Madrid y de otros reinos de Europa, porque no se perdona para enriquecerlos ni el oro, ni la plata, ni las piedras preciosas, ni el brocado en oro, ni las exquisitas sedas de China”. Gage aporta un dato interesante: se creía que había un aproximado de quince mil coches en Nueva España.
En su Grandeza mexicana, el notable religioso y poeta español Bernardo de Balbuena (1568-1627) destaca la exuberancia de los decorados en los carruajes y el lujo con que vivía la sociedad novohispana:
Los caballos lozanos, bravos, fieros,
soberbias casas, calles suntuosas,
jinetes mil en mano y pies ligeros. […]
Volantas, carzahanes, primaveras,
y para autoridad y señorío,
coches, carrozas, sillas y literas.
Taxis novohispanos
La demanda de coches fue tal que se volvió toda una empresa a principios del siglo XVIII. Valle-Arizpe nos comparte una curiosa anécdota sobre cómo don Manuel Antonio Valdés, editor de la Gaceta de México, tuvo una idea emprendedora y presentó al virrey Juan Vicente de Güemes, conde de Revillagigedo, un plan para constituir una casa de alquiler de coches, a fin de ubicarlos en las zonas más transitadas y fletearlos por horas.
El 20 de junio de 1793 se dio la concesión exclusiva a don Manuel y se puso en marcha el lucrativo negocio. Estos medios de transporte se llamaron coches de providencia: “eran grandotes, cerrados, con las ruedas coloradas, la caja de color verde con guarnición amarilla […] y en la espalda un gran medallón con el número respectivo que le tocaba”; los conducía el cochero, que iba acompañado del sota o paje que ayudaba a los usuarios. Las rutas tenían un horario de siete a una de la tarde y de tres a nueve de la noche; se ubicaron en Plateros (hoy Francisco I. Madero), Palacio Arzobispal (Moneda), en la plaza de Santo Domingo y en la calle de Zuleta (Venustiano Carranza), en la capital novohispana.
Los coches tenían lugar para cuatro pasajeros y no se permitía que los abordaran personas “indecentes”, con ropa sucia o enfermos. Para 1802 terminó el contrato de don Manuel Antonio Valdés y empezó otro con don Antonio Bananeli y Carlos Franco, quienes ampliaron el número de unidades a treinta. Estas eran mucho más sencillas y sin adornos ni cortinas que evitaran ver quiénes iban en el interior.
Reglamento de transporte
Debido a las problemáticas que provocaba la mala organización del transporte público, se tuvieron que hacer reformas para su uso. El 30 de abril de 1813, el virrey Félix María Calleja (1743-1828) publicó un bando para anunciar el uso de un reglamento y sus características: “Con tal motivo de la alteración que ha tenido el antiguo orden de proveer al público de coches de providencia, y del considerable número de estos que se han situado en los parajes de esta capital […] se dispuso […] un plan […] conciliando la comodidad de este vecindario con el uniforme método a que se deben arreglarse los dueños de los coches, evitando abusos y arbitrariedades”.
Sobre el reglamento, se indicó que “se ha impreso un número competente de ejemplares, para [que] el que quiera instruirse […] pueda hacerlo al precio cómodo de tres reales […] cuyo fin se expresan las cualidades y circunstancias que deben tener los coches, mulas y guarniciones, las obligaciones de los cocheros y las respectivas tasas de horas o medias horas de día o de noche”.
Si quiere saber más sobre las diligencias, los asaltos, atropellados y las rutas intransitables busca el artículo completo “Viajes y bamboleos” de la autora Monserrat Ugalde Bravo publicado en Relatos e Historias en México, número 120. Cómprala aquí.