Ayudado por la publicidad, el beisbol profesional llegó a Ciudad de México para ser acogido con éxito entre sus incipientes fanáticos, quienes asistían a escenarios como el campo Franco-Inglés.
A inicios del siglo XX, los beisbolistas de la capital mexicana comenzaron a utilizar los terrenos baldíos para organizar partidos e incluso pequeños torneos.
En la segunda mitad de la década de 1910, una cierta organización surgió para darle seriedad a los partidos y crear ligas que llevarían el deporte de la pelota caliente al estatus de profesional. Hasta la prensa se entusiasmó y comenzó a donar los trofeos o algún premio simbólico para los ganadores de las competencias más destacadas. En este sentido, El Universal llegó a donar una copa para fomentar la Liga France en 1917, la cual tendría categorías de primera y segunda fuerza, cada una compuesta por cuatro equipos. De esta manera se intentaba institucionalizar el beisbol.
La Liga France no prosperó, pero hizo notar a otros actores de la sociedad que el beisbol era un negocio en potencia. En 1918, el general Juan Merigo conformó una compañía para impulsarlo, alejando definitivamente la anarquía llanera o semiprofesional y haciendo a la vez, ¡cómo no!, un poco de dinero. Para ello, se contrataron equipos cubanos para enfrentarlos contra algunos mexicanos que fueron integrados específicamente para estos compromisos; sin embargo, aunque se esforzó en buscar un equipo competitivo dentro del nivel amateur existente, olvidó que Cuba y Estados Unidos se encontraban en un nivel totalmente diferente, superior. El resultado fue de varias palizas dadas a los mexicanos. El contraste entre los equipos profesionales de estas naciones y los mexicanos era brutal. De a poco la gente perdió el entusiasmo y el negocio se convirtió en pérdida, dadas las cantidades que los cubanos exigían para jugar.
Otro empresario, Gonzalo Arrondo, imitó en cierta medida la iniciativa del general Merigo y en el Parque Unión de la capital, que era el más bonito para jugar beisbol en aquella época, procuró armar una novena bien pagada que pudiera competir contra equipos traídos nuevamente de Cuba, como el Almendares y el Cuban Stars. Así, los fines de semana fueron beisboleros en Ciudad de México, al menos hasta que el negocio dejó de ser productivo.
En 1920, los impuestos, la baja afluencia y las altas pretensiones de los cubanos hicieron inviable continuar el espectáculo, muriendo así la primera etapa en que se buscó profesionalizar el beisbol en México.
El artículo "El sueño del beisbol profesional" del autor Gerardo Díaz se publicó en Relatos e Historias en México número 118. Cómprala aquí.