Durante muchos años, la casa del deán de Puebla fue confundida con el Palacio Episcopal, dado que se ubicaban en la vía a la que años después llamaron calle del Obispado.
En el siglo XVI, los nombres para las calles de la ciudad de Puebla fueron tomados de elementos como la dirección a la que se dirigían o de los vecinos más conocidos que vivían o habían residido en ellas. Un ejemplo de esto es la actual avenida 16 de Septiembre, antes llamada calle del Deán en alusión al canónigo designado para presidir el cabildo de la catedral; aunque el término también puede referirse al párroco de la iglesia más importante de una ciudad.
Aquí mandó construir su vivienda Tomás de la Plaza, personaje que tuvo dicho cargo hasta su muerte en 1589. La casa es actualmente una de las más antiguas de México y debido a que en esa calle habitó el personaje más importante de la Iglesia católica poblana, fue conocida como del Deán durante muchos años.
Con el crecimiento de la urbe, cada cuadra tomó nominaciones diferentes, aunque fuese el mismo camino. Entonces la calle del Deán llegó a ser llamada del Obispado, Concepción, Capuchinas, del Carmen… según correspondía a los lugares distinguidos por los que pasaba.
Fue hasta el México independiente que se introdujo la costumbre de nombrar las calles en alusión a personajes o acontecimientos políticos o patrióticos. Entonces Puebla cambió varias nomenclaturas a favor de Hidalgo, Morelos o algunos de nuestros primeros próceres de la Independencia. Durante la Segunda Intervención francesa (1862-1867) incluso se nombró un Paseo de la Emperatriz Eugenia, que sustituyó al Paseo Nuevo o calle Bravo. Aunque estos títulos fueron efímeros debido a la derrota del imperio.
Con la victoria definitiva de la República se dieron cambios en mayor escala. Entonces los nombres de héroes y de los primeros gobernadores liberales poblanos empezaron a reproducirse e incluso a duplicarse. Se dieron también casos en que los propios vecinos hacían la propuesta de un cambio de nombre ante el ayuntamiento, además de comprometerse a pagar las placas de la calle y demás gastos ante el Registro Público, institución que normalmente aprobaba la modificación sugerida.
Llegó un momento en que fue prácticamente un caos conocer la ubicación oficial de un sitio en particular. Los habitantes tenían que reconocer el nombre antiguo, el oficial o el popular para poder indicar o explicarle a alguien un origen o destino, situación que cambió hasta el siglo XX con la nomenclatura que hasta la fecha mantienen las calles de la ciudad poblana.