¿Verde, blanco y rojo?

Las razones de nuestra bandera

Arno Burkholder de la Rosa

Nuestra bandera está formada por tres tradiciones diferentes: el pasado indígena, la presencia virreinal y la tradición liberal del siglo XIX. 

 

“Bandera de México, legado de nuestros héroes...” ¿Qué decir de ella? Es el símbolo patrio más importante de nuestro país y al mismo tiempo me parece que la conocemos muy poco. Nunca he visto una protesta callejera, plantón o manifestación en la que falte una bandera nacional; sin hablar, por supuesto, de las fiestas patrias y de cuando la “decepción nacional de futbol” sale a la cancha a defender nuestros colores. Sin embargo, repito, creo que la conocemos poco. Y eso es una lástima, ya que conocer la historia de nuestra bandera podría ayudarnos a entendernos un poco más.

En su gran libro La bandera mexicana. Breve historia de su formación y simbolismo (FCE, 1998), Enrique Florescano nos dice que lo primero que debemos entender es que nuestra enseña está formada por tres tradiciones diferentes: el pasado indígena, la presencia virreinal y la tradición liberal del siglo XIX. Como casi todo lo mexicano, nuestra bandera es producto del mestizaje y ha perdurado por tres razones: su antigüedad, la capacidad de transmitir un mensaje en el cual se reconocen todos los que forman esta nación, y especialmente porque se ha transformado con el tiempo para representar las inquietudes del presente.

Pero ¿por qué esos tres colores? ¿Será verdad que Iturbide los tomó de una sandía? ¿O acaso es cierto que antes de la bandera nacional ya existía una muy parecida llamada Siera? El misterio sigue vivo, a la espera de que futuras investigaciones lo resuelvan. Por lo pronto, Iturbide decidió que el color blanco representara la religión, el verde la independencia y el rojo la unión entre españoles y mexicanos.

La bandera trigarante tuvo poca vida, ya que el nuevo país necesitaba legitimarse a través de viejos símbolos. Es así como el 2 de noviembre de 1821 nació la enseña patria que, con algunos cambios, tenemos hasta el día de hoy: tres franjas verticales (verde, blanca y roja) del mismo tamaño y el águila en el centro.

Nuestra bandera ha cambiado de acuerdo con los momentos políticos del país, pero sólo lo ha hecho el águila y en detalles muy específicos. La de Iturbide estaba coronada y no incluía la serpiente, lo que cambió cuando desapareció el imperio mexicano y surgió la primera república federal, en 1824. En la mayor parte de su historia el águila ha mirado hacia el color verde. Durante el gobierno de Porfirio Díaz el ave estuvo de frente y con la serpiente por arriba de su cabeza, pero años después Venustiano Carranza decidió que el águila estuviera de perfil y con la serpiente frente a ella, en una actitud que recuerda mucho a los códices indígenas.

A pesar de tantos años de existencia, no tuvimos una ley sobre el escudo, la bandera y el himno nacionales hasta 1984, en el gobierno de Miguel de la Madrid. Sin embargo, en ella no se establece claramente cuáles son los colores del escudo nacional (quizá porque éste muchas veces aparece a blanco y negro), lo cual permite que en muchas banderas el águila aparezca con sus colores reales y en otras esté pintada de dorado.

Pero lo más impactante es que la ley no señala en ningún lado cuál es el significado actual de los tres colores. En otras épocas se les quiso dar un significado “natural” (verde por los bosques y blanco por la nieve de los volcanes), pero hoy simplemente no significan nada. Sin embargo, la bandera nacional establece un parentesco entre los distintos grupos que han habitado este territorio durante siglos y ha sido usada por todos aquellos que se reconocen como mexicanos, sin importar sus diferencias políticas. Quizá ése es uno de los significados que deberíamos recobrar: la unidad que siempre debe prevalecer entre los mexicanos para resolver nuestros problemas.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “¿Verde, blanco y rojo?” del autor Arno Burkholder de la Rosa. Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #42 impresa:

Melchor Múzquiz. El insurgente olvidado. Versión impresa.

 

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