¡Vamos al cine! Les recomendamos “Viridiana”

Marco Villa

 

Cuenta Silvia Pinal que la familia Dominguín enterró en España una copia en el jardín de su finca madrileña y que ella recogió otra que se encontraba en París y la trajo a nuestro país en su equipaje de mano. Finalmente, la película, que por años se mantuviera sin patria ni permisos para su comercialización, sobrevivió y hoy es considerada una de las más importantes no solo de México y España, sino de la filmografía mundial.

 

La vida religiosa fue siempre el destino elegido por Viridiana, una rubia novicia para quien el día en que tomará los votos finales como monja está cada vez más cerca. La importancia de tal decisión inviste de profunda devoción y disciplina su cotidianidad, al punto de negarse a salir del convento para ver a su tío y bienhechor, don Jaime, a quien apenas conoce. Él, un rico viudo que habita un extenso predio en el que comparte la vida con su trabajadora doméstica Ramona y su pequeña hija, guarda una fijación hacia la joven, dado su parecido con su difunta esposa, a quien perdió al poco tiempo de haber contraído nupcias.

 

Ante la insistencia de la madre superiora, la novicia (Silvia Pinal) arriba en tren a la enorme casa de su familiar a las afueras de Madrid. Sin embargo, los planes no salen como el tío (Fernando Rey) planea, así que una noche, ayudado por su sirvienta (Margarita Lozano), la lleva inconsciente a su habitación. Don Jaime se suicida. Frustrada y creyéndose violada, Viridiana se queda un tiempo más en la casa, en la que a los pocos días de fallecer su tío comienza a albergar a un grupo de mendigos para procurar su bienestar. También espera la llegada de su primo Jorge, quien se ocupará de los negocios de su padre. Viridiana siente atracción por su primo y con ello lidiará hasta el final.

 

Viridiana se grabó a inicios de los años sesenta en la España franquista, que estaba en su etapa final. El filme supuso la vuelta de Luis Buñuel –ya nacionalizado mexicano– a lo más entronizado de las marquesinas españolas después de décadas de exilio. A la “impía Viridiana” –según la calificó L’Osservatore Romano, el periódico de El Vaticano, tras ganar la Palma de Oro en Cannes– no le faltó sensualidad ni referencias a la miseria, religiosidad o la mezquindad aristocrática. Ya fuera la ciudad o el campo, con tomas cerradas o acercamientos, la pieza denotaba una severa crítica contra la moral exacerbada, la podredumbre social y la mojigatería.

 

Silvia Pinal ya contaba con el reconocimiento suficiente en México y Europa cuando actuó ante las cámaras de Buñuel. Pionera del teatro musical y de la televisión en México, llegó con el aragonés por intermediación del actor Ernesto Alonso. En ese encuentro, el español dijo a la actriz que llevaría Tristana (novela de Benito Pérez Galdós) a la pantalla grande, y que a Alonso y a ella les quedarían bien los papeles. Sin embargo, el proyecto no fue para ellos –se filmaría más una década después–. Al final, Gustavo Alatriste tomó las riendas de tal empresa para juntar a su entonces esposa y al ya legendario director en 1961.

 

El periplo vivido por la cinta incluyó que nadie recogiera el reconocimiento en Cannes –Pinal olvidó la invitación en el hotel–, su exhibición clandestina en México, Italia (donde la policía incautó una copia) y España. Aparte, la persecución de la que fue objeto tras la orden de Francisco Franco de quemar todos los rollos existentes. Por otra parte, el dictador fue severamente criticado por el clero antifranquista, pues se decía que estuvo al tanto de su filmación y consintió su realización. Cuenta Pinal que la familia Dominguín enterró una copia en el jardín de su finca madrileña y que ella recogió otra que se encontraba en París y la trajo a nuestro país en su equipaje de mano.

 

Finalmente, la película, que por años se mantuviera sin patria ni permisos para su comercialización, sobrevivió y hoy es considerada una de las más importantes no solo de México y España, sino de la filmografía mundial.