¿Se saben la historia de las joyas que encontró un pescador?

Marco A. Villa

 

En 1975 ocurrió un fabuloso hallazgo de un tesoro prehispánico en el mar 

 

La fortuna no llamó a su puerta… pero sí topó con sus rudimentarias herramientas de trabajo. Raúl Hurtado pulpiaba como cualquier día, sumergido en las aguas veracruzanas del puerto, cuando de vuelta a casa se percató de que un metal brillaba en el fondo del mar. Se lo llevó pensando en que de algo le serviría. Pasados los meses, cruzó de nuevo por el lugar mientras –dice la historia oral– perseguía un pulpo que se encontraba fuera de su guarida. Pero el destino fue diferente esta vez.

Terminaba 1975 y el pescador de veintiséis años surcaba las profundidades a la altura de la desembocadura de Arroyo de Río Medio, cuando encontró más piezas que con el tiempo sabría que eran parte de un tesoro prehispánico. La versión más extendida señala que, con la ayuda de su hermano Francisco, reconoció que era oro y lo llevó para su venta a una joyería, donde le pagaron once mil pesos, veintiocho por gramo. Después fundió algo de lo obtenido.

Durante el siguiente año, Raúl lo fue soltando de a poco y obteniendo ganancias nada despreciables para su precaria condición económica. Sin embargo, esa vida mejor terminó pronto, cuando el comportamiento despilfarrador de Francisco y la venta de las joyas llamaron la atención de propios y extraños.

La sospecha y la envidia de los vecinos y trabajadores abonaron también para que el 11 de octubre de 1976 se girara una acción penal contra Raúl, Francisco y el joyero, en virtud de diversos delitos consignados en la Ley Federal Sobre Monumentos, Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas. En síntesis, sería detenido por robarle a la nación lo que a todas luces era patrimonio histórico. Llegó el arresto y, para el 26 de octubre de 1979, Raúl fue condenado a dos años seis meses de cárcel y a pagar una multa de 3,550 pesos, o en su defecto, veintiún días más de prisión. Logró pagar la fianza y para febrero de 1981 fue absuelto por considerarse que no tenía el conocimiento de que el tesoro calificara de monumento arqueológico y, por consiguiente, de dar aviso a las autoridades.

Libre al fin… pero de nuevo pobre, añorando lo que no fue, lamentando el “triste y amargo recuerdo” e inconforme con lo sucedido, no solo por las golpizas que le dieron sus primeros captores, sino por considerar que la ley se aplicaba a modo, pues a “los gringos les dejan que nos roben todo, vienen y nos saquean sin que nadie les diga nada”. Él solo habían vendido los “juguetitos” o “chucherías” que encontró por ignorancia y necesidad. Tiempo después murió y hasta hoy es recordado junto con su lancha El menso soy yo.

¿Y qué era exactamente el tesoro? Entre las cerca de sesenta piezas de oro, barro y pirita que presuntamente habían sido reunidas en tiempos coloniales en Oaxaca para ser enviadas a España en una embarcación, se encuentran un chimal, varios brazaletes en filigrana con cuatro chapetones, diversos colgantes con forma de cascabeles y otros pendientes que semejan cabezas de caballero águila, así como lingotes.

Las llamadas “joyas del pescador” fueron exhibidas dentro y fuera de las fronteras nacionales, y desde 1991 quedaron bajo resguardo del INAH.