Santa Anna y el intento de reconquista española en 1829

La última defensa de la independencia nacional
José Francisco Vera Pizaña

 

El prestigio obtenido por Santa Anna tras la victoria en 1829 sería fundamental para que más tarde alcanzara la presidencia y mantuviera el respaldo de parte de la clase política, así como su popularidad entre muchos mexicanos.

 

 

Combates en el Pánuco

 

Quien revise la historia político-militar del México decimonónico, notará que Santa Anna es un personaje clave en el desarrollo del país. Tenía una habilidad que pocas veces hemos visto en otra figura de la historia mexicana: la capacidad de convertir una aparente derrota militar en un triunfo para su causa.

 

Ocurrió que, mientras los generales se encontraban en negociaciones para llegar a un acuerdo con Miguel Salomón, se recibió información de que Barradas había dado media vuelta en Villerías y a marchas forzadas estaba a punto de llegar a Tampico. Según el general Manuel María Escobar, cuando Santa Anna vio que estaba en desventaja, decidió jugarles una estratagema a los españoles: durante las siguientes negociaciones, ahora con Barradas presente, llegó de último minuto el coronel José Antonio Mejía con un comunicado de Ciudad de México. En él se estipulaba que por fin habían llegado los 20 000 hombres de refresco y que estaban listos para avanzar sobre Tampico en cuanto se diera la orden.

 

El brigadier español, dudoso de la veracidad del comunicado, pero consciente de su incapacidad para prolongar la lucha, accedió a que ambos ejércitos regresaran a la posición previa a los combates del 21 de agosto: los mexicanos se retirarían al lado de Pueblo Viejo y los españoles mantendrían la ciudad de Tampico. La carta, por supuesto, había sido falsificada y dicho contingente de hombres no existía; de cualquier forma, esto nos da una idea de la astucia de Santa Anna, pues al filo de una derrota inminente, logró salvar a su ejército para luchar otro día.

 

De vuelta en el cuartel militar de Pueblo Viejo, Santa Anna se dedicó a fortificar los reductos de Paso del Humo con una culebrina y un obús, mientras que en Las Piedras dispuso dos piezas de artillería con la intención de bombardear las posiciones enemigas. También giró órdenes para que los hombres del general Felipe de la Garza se pusieran al mando del general Mier y Terán en Altamira, para después marchar hacia el río Pánuco y cortar la comunicación por tierra que tenían los españoles en el paso llamado de Doña Cecilia, una ranchería al centro del litoral de dicho afluente que comunicaba a la ciudad de Tampico con las tropas parapetadas en La Barra. La intención de Santa Anna era aislar a los españoles. A sabiendas de la precaria situación de los defensores, el general pretendía derrotar a Barradas antes de que este recibiera ayuda desde Cuba.

 

Sin embargo, quedaba el problema de una balandra española que servía como medio de comunicación a los invasores. Conscientes de que no podían derrotar a los españoles si no se hacían con aquella embarcación, entre la noche del 3 y el 4 de septiembre un cuerpo de cuarenta soldados mexicanos, a las órdenes del general Carlos Beneski, salió en algunas lanchas y piraguas hacia Doña Cecilia, donde se encontraba estacionada la balandra. A mitad de la noche, las tropas la capturaron con muy poca resistencia y apenas un par de soldados heridos. Esta acción fue muy celebrada por los mexicanos, pues dejó aislados definitivamente a los invasores e inclinó la balanza hacia las fuerzas nacionales.

 

Antes del arribo de los hombres de Mier y Terán a Doña Cecilia, los pocos españoles que guardaban la ranchería abandonaron su posición y se dirigieron al fortín de La Barra. Según la propia observación de Santa Anna, este lugar estaba defendido por cuatro piezas de grueso calibre y guarnecido por unos quinientos soldados.

 

El 8 de septiembre, consciente de su superioridad militar sobre los españoles, Santa Anna exigió a Barradas que se rindiera de forma incondicional en un plazo no mayor a veinticuatro horas. Pasado el tiempo y sin recibir una respuesta satisfactoria, el general ordenó a Mier y Terán que comenzara las hostilidades contra los españoles atrincherados en La Barra de Tampico. Se movilizaron cerca de mil hombres que se encontraban en el paso de Doña Cecilia, quienes se encaminaron envalentonados contra los invasores. El 10 de septiembre comenzó la última batalla por la independencia mexicana.

 

El combate fue feroz. Los españoles alcanzaron a disparar uno que otro cañonazo, pero la falta de pólvora les impidió mantener un fuego nutrido que intimidara a los mexicanos. Lo mismo pasó con las descargas de mosquetería. Llegaron al punto en que ambas fuerzas se batieron a espada y bayoneta sobre las trincheras y estacadas del fortín, sin que ninguna se pudiera imponer.

 

El ataque se mantuvo hasta la mañana del 11 de septiembre, cuando el brigadier Barradas pidió el cese de las hostilidades. Con más de la mitad de su ejército expedicionario herido o enfermo, no tuvo más opción que desistir en sus pretensiones de reconquista. Por la tarde se firmó la capitulación española en el cuartel militar de Pueblo Viejo, la cual se ratificó ese mismo día en la plaza de Tampico.

 

Ecos del pasado

 

El triunfo de 1829 fue uno de los grandes logros de Santa Anna. Durante la primera mitad del siglo XIX, este hecho de armas fue una de las banderas que le ayudó a alcanzar la presidencia y mantener la lealtad de los pobladores de Veracruz.

 

Pero la derrota de los españoles fue algo más que el triunfo de un solo hombre. En aquel momento se probó que la novel nación mexicana estaba dispuesta a defender su libertad a cualquier precio. Por un breve lapso, la mayor parte de los estados que conformaban la República Mexicana estaba dispuesta a participar en el esfuerzo de guerra. Al final, durante un buen tiempo, las del 11 de septiembre figuraron entre las fiestas cívicas más importantes del año.

 

Es de reflexionar que un día de unidad y patriotismo haya pasado al olvido, no solo por los errores de Santa Anna en su último periodo como presidente en la década de 1850, sino por la propia historiografía que lo volvió el arquetipo del traidor y, con ello, buscó ocultar sus victorias, minimizando su importancia histórica. Los habitantes de Pueblo Viejo, Tampico y Altamira no deberían de olvidar que en su tierra se libraron los últimos combates por defender la independencia ante las pretensiones de reconquista española. El resto de los connacionales deberíamos de recordar que en esa zona la libertad se defendió con fuego, metralla y sangre.

 

 

Si quieres saber más sobre la marcha hacia Pueblo Viejo y la Batalla de Tampico busca el artículo completo “Santa Anna y la última defensa de la independencia nacional” del autor José Francisco Vera Pizaña publicado en Relatos e Historias en México, número 120. Cómprala aquí.