Los villancicos se originan en España y datan desde la época medieval, aunque su aceptación como género musical se dio durante el Renacimiento, a mediados del siglo XV. Originalmente, el término fue usado por los escritores renacentistas para hacer referencia a un estribillo tomado de alguna canción popular, lo que los convertía en cantos poéticos profanos.
Sin embargo, para el siglo XVI estos cantos fueron convertidos al tema religioso, conservando las cualidades rítmicas y métricas de los textos profanos originales pero cambiando lo necesario para darles un sentido divino como consecuencia de la creciente importancia de los temas sacros.
Cuando se introdujeron a Nueva España con la evangelización, los villancicos ya eran un género poético-musical exclusivamente religioso.
De acuerdo a lo que explica Carolina Sacristán Ramírez en su ensayo ¡A la mar que se anega la nave! (1705): Figuras de la Contrarreforma en un villancico a San Pedro puesto en música por Antonio de Salazar, para efectos de la catalogación de los villancicos que resguarda en su archivo, la Catedral de México formuló una definición que propone considerar como villancico a “toda obra paralitúrgica y erudita, usualmente para tres o más voces y acompañamiento para textura homofónica, con texto en lengua vernácula, escrita para ser interpretada en un servicio religioso por cantantes entrenados”.
En el archivo de la Catedral de México se encuentra un documento fechado en 1589 que conserva un listado con más de cien villancicos y canciones litúrgicas especiales y sólo un número muy reducido de estas composiciones todavía tienen carácter profano; pero ya en el siglo XVII y XVIII no se conoce ningún villancico con esta característica.
Los villancicos eruditos más importantes para cantarse en celebraciones litúrgicas datan de la segunda mitad del siglo XVII, y según Carolina Sacristán fueron compuestos para la festividad de San Laurencio en Puebla en los años de 1648 y 1652 y también para la Navidad de 1651. Entre los autores de los villancicos que se cantaron en las catedrales de México y Puebla a finales de ese siglo estuvieron Gabriel Santillana, Francisco de Acevedo y Sor Juana Inés de la Cruz. La música corrió a cargo de compositores como José de Agurto y Loaysa, Miguel Mateo Dallo y Lana y Antonio Salazar.
Sin embargo, la expresión popular que se manifestó con la composición de villancicos era difícil de controlar, pues a fin de cuentas eran creaciones espontáneas hechas para el ambiente festivo de la Navidad y así es como hoy en día llegan a nosotros.
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