El valor de los cautivos
Las negociaciones entre Riva Palacio y Méndez iniciaron. El imperialista proponía un canje de prisioneros de acuerdo con la jerarquía militar; es decir, general por general o coronel por coronel. Sin embargo, esta condición resultaba desventajosa para los republicanos, ya que entre sus cautivos no contaban con altos mandos. Además, el general republicano desconfiaba del instinto sanguinario del ejecutor de los mártires de Uruapan, además de que en sus cartas éste lo llamaba “Jefe de los Disidentes”.
Ante este panorama, Riva Palacio inició las negociaciones directamente con el jefe de las fuerzas expedicionarias francesas, Aquiles Bazaine. Hay que resaltar que los republicanos tenían en su poder a 296 prisioneros, mientras que los imperialistas a 156. Pese a la diferencia de 140 detenidos, don Vicente prefirió esta negociación a la exclusión de algunos de sus compañeros.
El canje y la fiesta
Al final, los términos del canje fueron satisfactorios para ambos lados. Para que Linarte y Bocarmé –acompañado por el capitán Antonio Salgado–, con sus escoltas correspondientes, efectuaran el intercambio, el general Riva Palacio acordó un armisticio de tres días, con lo que garantizaba la neutralidad en la zona.[1]
No se explica por qué se escogió Acuitzio, pero es posible que ambos bandos coincidieran en que era un punto intermedio para las tropas, además de que estaba cerca de las prisiones imperialistas de Pátzcuaro y Morelia y del cuartel republicano de Tacámbaro. Aparte, en esta población no se habían librado combates antes y su ubicación geográfica y la configuración de su territorio garantizaban un intercambio exitoso.
El encuentro entre los prisioneros belgas y sus compañeros se dio en un ambiente realmente emotivo. Al llegar a la plaza de Acuitzio, cada grupo tocó su respectivo himno nacional y luego firmaron los documentos del intercambio. Por un momento olvidaron la guerra, su condición, rango y nacionalidad. Tras cambiar sus respectivas listas de prisioneros, todos se retiraron.
Con la tarde llegó la hora de la despedida: los saludos cordiales se intercambiaron de nuevo y ambas fuerzas se pusieron en marcha.
Lo que quedó para el recuerdo es que aquel día de fiesta hizo olvidar por un momento la crueldad de la guerra. Es por eso que en el municipio Acuitzio del Canje aún se conmemora este pasaje de nuestra historia nacional.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Un día de fiesta en plena guerra” del autor Edgardo Calvillo López y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.
[1] Albert Duchesne, L’expédition des volontaires belges au Mexique, 1864-1867, v. 2, Bruselas, Museé Royal de L’Armée et d’Histoire Militaire, 1967, p. 456-457.