Tlaltizapán y la utopía de Zapata

Alejandro Rosas

Emiliano Zapata logró materializar la utopía de su lucha durante poco más de un año en un pueblo localizado en el centro del estado de Morelos, resguardado por el cañón que se forma entre Yautepec y Jojutla y en donde quedó plasmada parte de la historia zapatista: Tlaltizapán.

Entre 1915 y mediados de 1916, Zapata olvidó por completo el pacto firmado en Xochimilco en diciembre de 1914 con Francisco Villa para combatir de manera conjunta al carrancismo y, de vuelta en Morelos, llevó a la práctica, con puntos y comas, el Plan de Ayala. Así, Tlaltizapán se convirtió en la capital de la revolución zapatista, con un gobernador elegido por aclamación, no por votos, que no era otro que el propio Zapata.

Emiliano no necesitó un palacio de gobierno para ejercer la autoridad: eligió una vieja construcción de una sola planta de mediados del siglo XIX, la cual utilizó como casa de gobierno, cuartel general y domicilio particular.

Era una casa al estilo antiguo –escribió el profesor Amador Espejo Barrera–, con un gran patio en el centro y alrededor las habitaciones; las situadas frente a la calle fueron habilitadas como oficinas del cuartel general y sólo dos cuartos eran ocupados por el general Zapata, uno como dormitorio y otro para comedor. A la izquierda de su habitación se encontraba la tesorería y pagaduría; en el fondo se había instalado una fábrica para acuñar moneda, con los aparatos útiles y necesarios, pues el general Zapata siempre quiso que en el territorio controlado circulara la moneda zapatista.

Cientos de campesinos que se habían sumado al movimiento del Caudillo del Sur dejaron por unos meses las armas para recibir tierras a partir de los títulos de propiedad de la época colonial, con los que Zapata ordenó el reparto agrario. El movimiento al interior de la casa era abrumador. Gente entraba y salía para ver al general y pedir solución a sus problemas. El caudillo tenía la última palabra en las decisiones militares, el dictado de leyes, la atención a solicitudes y sobre todo en la supervisión del reparto agrario.

Zapata se sentía tan cómodo en Tlaltizapán que en 1914 ordenó la construcción de un mausoleo en el atrio de la parroquia del pueblo, donde también se encontraba el santo de su devoción: el Padre Jesús. Quería que al morir sus restos fueran sepultados en aquel sitio junto a los de sus mejores hombres.

El cuartel general, a unas cuantas cuadras de la parroquia, cerraba por las tardes. El caudillo entonces marchaba a la plaza principal a tomar cerveza con sus hombres, escuchar poesía patriótica y de vez en vez mostraba sus dotes de torero.

Pero la utopía se desvaneció en 1916, cuando el carrancismo, luego de reducir a cenizas al villismo, encaminó sus esfuerzos bélicos para exterminar al zapatismo y la guerra volvió a Morelos. Fue una revolución efímera que tuvo sus mejores momentos durante los días de Tlaltizapán.

 

"Tlaltizapán y la utopía de Zapata" del autor Alejandro Rosas y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 45.