Ciudad de México, 5 de enero de 1942. La fría y despejada tarde estaba por caer. Tina Modotti y su marido Carlos Contreras –conocido entre sus más cercanos como Comandante Carlos– abordaron un taxi con dirección a la casa de Hannes Meyer, amigo de ambos y connotado arquitecto suizo que recién se había establecido en México. Hannes y su esposa Lena organizaron ese día una reunión para convivir con sus amigos más íntimos, entre ellos la pareja Modotti-Contreras. Tras la cena, Carlos se disculpó con sus generosos anfitriones: en la redacción de El Popular, periódico en el cual colaboraba, lo estaban esperando para resolver un tema propio del trabajo; así que, con la pena, se retiró de la velada.
Los Meyer comprendieron la situación y le pidieron a Contreras que no se preocupara. Modotti se quedó en la reunión, departiendo con el resto de los invitados. La noche aún era joven. Sin embargo, a los pocos minutos de la partida de su marido, Tina comenzó a sentirse incómoda. No era nada relacionado con los presentes en la fiesta, ni mucho menos con los obsequiosos dueños de la casa; se trataba de algo más hondo, como un malestar proveniente de lo más profundo de su ser. Entonces, agradeció las atenciones, se despidió de los Meyer y pidió un taxi para su casa, en el número 137 de la calle Dr. Balmis.
En el auto, Tina sacó la cabeza por la ventanilla. Necesitaba aire fresco. Arriba, el despejado e invernal cielo dejó ver la negra y resplandeciente bóveda celeste. Ni la frescura del aire ni la luz de la luna lograron brindarle consuelo a Modotti; cada vez se sentía peor. El chofer del taxi se percató de aquello, así que, de un volantazo, cambió de destino. Más rápido de lo normal, condujo hacia el Hospital General, que estaba muy cerca de la casa de Tina.
Los esfuerzos del chofer fueron en vano. Antes de lograr llegar al nosocomio, Modotti exhaló su último aliento; yacía, inexplicablemente, muerta en el asiento trasero de aquel taxi. Dos días después, el 7 de enero, los diarios de la ciudad publicaron: “Tina Modotti falleció en forma extraña y repentina en un automóvil”. El parte médico indicaba que la causa de muerte había sido una “congestión visceral generalizada”. Por su parte, el Comandante Carlos –el mayor sospechoso de la muerte de Tina– declararía en sus memorias (publicadas en México en 1984, un año después de su muerte): “de allí [de las oficinas de El Popular] me fui a la casa, seguro de encontrar ya a Tina. No obstante Tina no estaba y esperé a que regresara leyendo casi dos horas. Cuando tocaron el timbre me di cuenta de que ya era la una; corrí hacia el portón convencido de que a Tina se le habían olvidado las llaves. Abrí y me encontré con dos señores vestidos de negro que me dieron las buenas noches y me preguntaron si yo era el marido de la señora Tina Modotti”. A los pocos días, se esfumó de México para siempre.
Los italianos de la colonia Doctores
El 19 de abril de 1939 arribó al puerto de Veracruz una mujer que se identificó como Carmen Ruiz Sánchez. Así lo decía su pasaporte español. Venía a coadyuvar en las tareas de encontrar asilo para los miles de refugiados republicanos españoles. Tras llegar, se adentró hacia la Ciudad de México. Sin llamar demasiado la atención, rentó un pequeño departamento en el número 137 de la calle Dr. Balmis, en la colonia Doctores. Unas semanas después de haberse instalado, su esposo la alcanzó. Él llegó a México vía aérea, procedente de Nueva York, y se identificó en la aduana como Carlos Contreras, mediante un pasaporte canadiense.
Para los vecinos, aquella modesta y tranquila pareja de extranjeros era de origen italiano, pues los escuchaban comunicarse entre sí en ese idioma. Y no estaban para nada equivocados, pues habían ingresado al país mediante pasaportes falsos. Sus verdaderos nombres eran Tina Modotti (alias Carmen –o María del Carmen– Ruiz Sánchez) y Vittorio Vidali (alias Enea Sormenti, Comandante Carlos, José Díaz o Carlos Contreras). Ambos habían sido expulsados de México en 1930, por órdenes del presidente Pascual Ortiz Rubio, como parte de una campaña anticomunista y por su posible participación en el asesinato del comunista cubano Julio Antonio Mella.
En esta ocasión, Vidali regresaba a México con una misión muy concreta, orquestada desde el Kremlin de la Unión Soviética, organizar el asesinato de Trotsky (en caso de que la misión de Ramón Mercader no prosperara). Él era un alto funcionario de la GPU (Policía Secreta Soviética), destacado agente del Socorro Rojo Internacional –organización que dependía directamente de Stalin y se dedicaba a infiltrarse en la vida de los partidos comunistas del mundo– y miembro del Partido Comunista Italiano y del de Estados Unidos. Además, había sido comandante del Quinto Regimiento del Ejército Popular de la República, en la Guerra Civil española, por lo que algunos lo consideraban un héroe.
Modotti y Vidali se conocieron en México, en el verano de 1927, en las oficinas del Partido Comunista Mexicano (PCM), en la esquina de las calles de Mesones e Isabel la Católica. Él había llegado al país gracias a una visa concedida por el embajador de México en la URSS, Ramón Denegri. Pronto invitó a Tina a unirse al Socorro Rojo. A partir de ese momento, iniciaron una relación política y sentimental que se intensificaría con el paso de los años.
Una vida en las sombras
La Tina Modotti de 1939 no era para nada la entusiasta fotógrafa que había venido casi dos décadas atrás y que había capturado con su lente la vida mexicana en su profundidad y cotidianidad. Tras su expulsión del país, Tina viajó a Berlín y de ahí, por intermediaciones de Vidali, se trasladó a Moscú, donde le ofrecieron empleo en el Partido Comunista Soviético. Así, se convirtió en agente de la Komintern (la Tercera Internacional Comunista) y ejecutó misiones para dicha organización en Polonia, Rumanía, Francia y Hungría. Cuando estalló la Guerra Civil, viajó a España bajo el seudónimo de María del Carmen Ruiz Sánchez y realizó labores de contraespionaje para la GPU, mediante el Socorro Rojo, que aparentaba ser una asociación humanitaria.
Así que, esta vez, Tina no frecuentó a ningún antiguo amigo mexicano. B. Traven declaró que por aquellos días se la encontró en una oficina de correos, pero ella le hizo señas de que no se acercara a saludarla. Tina sólo le avisó de su presencia en México a su amigo catalán Jesús Hernández Tomás, quien se encontraba también en calidad de refugiado y militaba en el PCM, y –por cierto– años más tarde participaría en la operación orquestada desde el Kremlin para intentar sacar de la prisión de Lecumberri a Ramón Mercader.
De alguna manera, unos meses después, Tina logró que el presidente Lázaro Cárdenas anulara su expulsión de 1930 y pudo instalarse de manera legal en el país. Sin embargo, siguió viviendo casi en el anonimato. Trabajó para el Boletín de la Asociación Antifascista Garibaldi, traduciendo textos y colaborando con algunas fotos; también ayudaba en labores humanitarias para los niños exiliados españoles y acompañaba en las tareas políticas que le encomendaron a Vidali.
Tras el asesinato de Trotsky, consumado por Ramón Mercader, Modotti salió de las sombras en las que vivía. Se le vio en la cena de Año Nuevo de 1941, en la casa del cónsul general de Chile en México, el autodeclarado comunista Pablo Neruda. Cinco días después moriría en aquel taxi bajo extrañas circunstancias. Sus amigos, mexicanos y extranjeros, se organizaron para sepultarla en el Panteón Civil de Dolores, en la Ciudad de México. Hannes Meyer y el artista Leopoldo Méndez diseñaron su cenotafio, y Neruda escribió su epitafio: “Puro es tu dulce nombre, pura es tu vida frágil. De abeja, sombra, fuego, nieve, silencio, espuma. De acero, línea, polen, se construyó tu férrea, tu delgada estructura”.
(Continuará...).
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El artículo "Tina Modotti. Luces y sombras de una fotógrafa y comunista italiana. Primera parte", del historiador Ricardo Lugo Viñas, se publica completo en nuestra página web como obsequio a nuestros lectores. También forma parte de la edición 185 de marzo de 2024, disponible impresa o digital en nuestra tienda virtual, donde también pueden suscribirse.