Más allá de la polémica entre los que rechazan la fiesta brava y los que la consideran un arte, sabemos que la tauromaquia en México es un ejercicio de gran abolengo y tradición capaz de congregar multitudes y levantar pasiones en las diferentes plazas donde se practica. Para dar fe de lo anterior, el autor de estas páginas nos regala una síntesis histórica de los últimos doscientos años de la fiesta brava en nuestro país.
Presentar un apretado panorama de la historia del toreo en México a lo largo de sus últimos doscientos años es tarea complicada pero no imposible. Lo hago desde la barrera, teniendo presente lo que significa en esencia la corrida de toros y al calor de las emociones que se producen desde la plaza.
Conforme se desarrolla cada episodio, cada momento, es necesaria la reflexión para indagar y acaso adivinar lo ocurrido con la fiesta durante el virreinato; los cambios y transformaciones importantes a lo largo del siglo XIX y la reconquista que abrió el camino a la fiesta en el México contemporáneo.
La primera lidia
El primer registro del toreo como espectáculo durante el virreinato data del 24 de junio de 1526. La fiesta nació marcada por el protagonismo que ejercieron en el ruedo los señores peninsulares, aunque no faltó la presencia efectiva y necesaria de los de a pie, indispensable para el desarrollo de la fiesta. Desde el caballo y bajo exigentes normas técnicas tuvieron lugar multitud de festejos taurinos, casi siempre con el apoyo de las autoridades virreinales, al calor de las fiestas patronales y en ocasiones con la participación de instituciones académicas; eran comunes también las corridas a beneficio y para la mejora en la obra pública.
El lugar para la fiesta fue la plaza pública o los tablados construidos (durante el periodo colonial las plazas fueron de madera), previa auscultación entre los interesados y la aprobación de los proyectos arquitectónicos. El ganado, sin los registros necesarios para la lidia, se aprovechaba en su natural condición de una casta criolla, indefinida, pero útil en aquellos tiempos en que los astados eran alanceados, más que lidiados.
Ya ha salido el primer espada a saludar desde el tercio, por lo que para el segundo de la tarde me ocuparé de la transición de siglos, épocas y circunstancias.
Al finalizar el virreinato el toreo era a pie y lo detentaba el pueblo. Su organización, aunque caótica, tenía visos de adecuarse a las reglas que llegaban de España más por tradición oral que escrita, aunque ya desde 1796 había sido publicada la primera norma de la tauromaquia o síntesis teórica basada en el arte y la técnica de torear, dispuesta por José Delgado. El profundo mestizaje, el color y el calor americano habían permeado el toreo como una expresión eminentemente popular que seguía fascinando a propios y extraños, a pesar de la fuerte carga ideológica impuesta por los ilustrados.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Tauromaquia” del autor José Francisco Coello Ugalde y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 15.
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