La versión más espeluznante de su muerte consignaba que se había prendido fuego en pleno concierto, quemándose al instante. Posiblemente ocurrió al despuntar la década de 1970, pero tampoco había certeza. Eran, simplemente, premisas que hurgaban sobre la identidad de Jesús Sixto Díaz-Rodríguez, aquel músico mexicoamericano de áspero timbre vocal que cautivó a Sudáfrica convirtiéndose con el pasar de los años en una figura legendaria, abanderando incluso la resistencia de millones de civiles que se enfrentaron al apartheid.
Pero la vida de Sixto fue inversamente proporcional a su reconocida grandeza artística no solo en Sudáfrica, sino también en Nueva Zelanda y Australia. Sus padres, mexicanos, fueron parte de la marabunta que migró a Detroit, Estados Unidos, en los años veinte del siglo pasado, quizás atraídos por la vorágine industrial de la llamada Capital Mundial del Automóvil, aunque antes por la imperiosa necesidad de una mejor vida. Así que, para Sixto, la convivencia con los sectores obreros, migrantes y marginados fue el pan de todos los días y luego el motivo de sus composiciones que oscilaban entre folk, rock y blues.
Desde muy joven, Rodríguez, nacido en esa ciudad norteamericana en 1942, mostró su habilidad para escribir y cantar, lo que le significó un vehículo de escape para sopesar la vida laboral en las inmediaciones del río Detroit. Pero aquel entorno industrial también le proveyó un aislado y neblinoso lugar en el cual podía rasguear y tocar su guitarra algunas noches, hasta desahogarse. Y lo hacía con tal maestría que quienes produjeron su primer álbum, Cold Fact (1970), comentaron entre sí que el único que componía tan bien como Sixto, en aquella época,
era Bob Dylan.
El drama de sus letras, de sus acordes, vaticinaba que Rodríguez sería un digno exponente del otro mote con el que se le conocía a su lugar de nacimiento: ciudad del rock. Así que al año siguiente vio la luz su segunda producción, Coming from Reality, prácticamente una continuación de la primera en cuanto al estilo e intensidad con los que abordaba la problemática de la clase trabajadora. Sin embargo, la crítica especializada que recibió con buena nota ambos trabajos no impactó en el público y ambos álbumes fracasaron en ventas, además de que el sello que los editó, Sussex, cerró sus puertas.
“Perdí mi trabajo dos semanas antes de Navidad”, decía uno de sus versos. Y como fatídica premonición, así pasó. Sixto cerraba su breve intento de brillar con una carrera artística, por lo que volvió a su seguro empleo de albañil. Sin embargo, en Sudáfrica tendrían otros planes para él. No se sabe cómo llegó un disco suyo a este país, pero sí que de inmediato se convirtió en un ídolo, más que Elvis Presley o The Rolling Stones, gracias tanto a la producción pirata como a una turbia cesión de derechos cuyas regalías nunca llegaron a sus manos.
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