Recuerdo de Don Francisco Orozco y Jiménez

Historiador afanoso y prelado “rebelde”

Mario Humberto Ruz

 

Orozco y Jiménez tuvo que lidiar con el gobernador de Jalisco, Manuel M. Diéguez, quien lo acusó por alta traición a la patria, motivo por el cual salió al exilio.

 

José Francisco de Paula Ponciano de Jesús Orozco y Jiménez es sin duda una personalidad particularmente atractiva, multifacética y controvertida. Nacido en Zamora en noviembre de 1864, en el seno de una familia acaudalada de hacendados, fue enviado a estudiar al Colegio Pío Latino Americano de Roma, a los doce años. Continuó sus estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana y más adelante en la Pontificia Universidad de México, donde obtuvo el grado de doctor en Sagrada Teología. Ordenado sacerdote en 1887, y después de desempeñarse como tal en Michoacán y en Ciudad de México, fue preconizado obispo de Chiapas el 29 de mayo de 1902 por León XIII, autor de la carta Rerum novarum, la primera encíclica social de la Iglesia católica que versaba sobre las condiciones de las clases trabajadoras y el papel que debía desempeñar la Iglesia en su mejoramiento.

Fiel a esos principios, Orozco, al mismo tiempo que atendía sus labores como prelado eclesiástico de una diócesis particularmente marginada y pobre, se preocupó por reconstruir sus iglesias y casas parroquiales; dotarla de orfanatorios, hospitales y fundar seis escuelas, a la vez que hizo editar en grandes tirajes dos métodos para leer y escribir. Combatió el alcoholismo y la usura, organizó un sistema de transporte –“guayines” con tracción animal– que iba de San Cristóbal, ya a Comitán, ya a Tuxtla y Arriaga. Asimismo, instaló una planta de electricidad para introducir el alumbrado público en San Cristóbal de las Casas, donde además patrocinó se hiciera en Génova una estatua en mármol de Carrara de su ilustre antecesor, y creó un observatorio astronómico y un museo regional de arte prehispánico y artesanías, a más de promover la fabricación de marimbas.

Mientras que algunos lo considerarían un obispo “modernizador”, su cercanía con los pueblos indígenas, en especial con los tzotziles, le valió a Orozco el apodo de “el Obispo Chamula” entre sus detractores. Fue esa misma relación lo que dio pie para que fuese acusado de alentar a Jacinto Pérez, Pajarito, líder chamula que se levantó en 1911 contra los poderes estatales que se habían trasladado a Tuxtla. Calificado como un prelado levantisco, rebelde y sedicioso, Orozco tuvo que dejar Chiapas y viajar a México, donde el 23 de noviembre de 1912 fue preconizado arzobispo de Guadalajara. Tomó posesión el 9 de febrero de 1913.

Su desempeño en esa arquidiócesis fue particularmente accidentado por la difícil situación que enfrentaba su feligresía dadas las leyes y posturas anticlericales de los gobiernos en turno, que se tradujeron, entre otras cosas, en cinco destierros para el arzobispo y una cruenta guerra, la Cristera, para los católicos. Exiliado en La Habana, Roma, o distintas ciudades de Estados Unidos (en especial Chicago), Orozco se las ingenió para volver una y otra vez, disfrazado, con pasaportes falsos y escondiéndose en sitios remotos de Jalisco, sin importarle que desde febrero de 1917 el gobernador en turno, Manuel M. Diéguez, librase causa contra él por “alta traición a la Patria”, o que se le acusara de dirigir el movimiento cristero.

Desde las montañas o desde el extranjero intentó seguir ejerciendo su ministerio, que, como en Chiapas, desbordaba a menudo las meras tareas eclesiásticas. Así, a la par de un Centro de Estudios Católicos Sociales, promovió el “Curso Social Agrícola” y contribuyó a organizar la Confederación Católica Nacional del Trabajo; fundó “El Crédito Popular”, a modo de un banco, y la Sociedad Mercantil “La Económica”, sin descuidar el impulso a la catequesis, la erección de la Colegiata y Cabildo de San Juan de Los Lagos o la coronación solemne de la Virgen de Zapopan (1921).

Es de destacar que en medio de todo ese sinfín de tareas y vendaval de problemas, Orozco y Jiménez haya encontrado, tanto en Chiapas como en Jalisco, tiempo para desarrollar una de sus predilecciones favoritas: el cultivo de la historia y el rescate de documentos, bien resguardándolos en archivos, bien publicándolos. De su periodo chiapaneco son, a más de la creación del Archivo Histórico Diocesano, varios escritos; entre ellos, una síntesis de la historia eclesiástica de Chiapas que dio a conocer en su pastoral del 8 de septiembre de 1907, el texto “Filiación del Capitán Juan de la Tovilla. Extracto del Libro de Blasones de la Familia Tovilla, de San Cristóbal Las Casas. Con un árbol genealógico”, que publicó en los Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología en 1909, y particularmente valiosos son dos volúmenes de Colección de documentos inéditos relativos a la historia de la Iglesia de Chiapas (1906, 1911). Para editar estos y el Boletín de la Sociedad Católica de San Cristóbal, compró una imprenta.

El primero de esos dos volúmenes –que muestra dos fechas distintas: 1906 y 1908– incluye documentos sobre la Compañía de Jesús en Chiapas y otras regiones, los hospitales de Tuxtla y Comitán, una epidemia de tiña (en 1811), el Colegio Seminario (1581) y la Casa de Recogidas de Ciudad Real (1712). El segundo, con un brevísimo prólogo de Orozco fechado en 1911, presenta documentos del Archivio Segreto Vaticano (que copió él mismo durante una visita a Roma), en su mayoría actas consistoriales que dan fe de las elecciones y nombramientos de mitrados; informes y relaciones sobre la diócesis; anexiones, desmembramientos y segregaciones (incluyendo documentos sobre límites o fundaciones como la del pueblo de San Fernando Guadalupe, hoy Salto de Agua); datos acerca de escuelas, reincidencias en idolatrías (como la muy célebre descripción de fray Pedro de Feria sobre lo registrado en Chiapa y Suchiapa, en 1584), misiones entre los lacandones, noticias sobre la Escuela de Hilados y Tejidos que patrocinó el obispo Fuero en Teopisca, y hasta un “Despacho contra el abuso de estribos en forma de mitra”, asunto que entre 1778 y 1780 ocupó a las autoridades, molestas por lo que consideraban una falta de respeto al emplear como un elemento de la montura una figura sacra en su origen.

En 1921, ya como arzobispo de Guadalajara, envió a José Ignacio Dávila Garibi a Europa a recopilar documentos históricos sobre la arquidiócesis. Este (que ingresaría por cierto también a la Academia Mexicana de la Historia, en 1938, ocupando el sillón 9) trabajó un año en los archivos del Vaticano y de Sevilla. Sus hallazgos más importantes se integraron en varios tomos de la Colección de documentos históricos inéditos o muy raros referentes al arzobispado de Guadalajara (diecisiete fascículos), que editó junto con el propio Orozco entre 1922 a 1927 en la Agencia Eclesiástica Mexicana. Investigó, asimismo, acerca de su antecesor en la mitra, Juan Cruz Ruiz de Cabañas (1752-1824), promotor del célebre Hospicio Cabañas, a quien dedicó una de sus cartas pastorales (10 de junio de 1924).

Los diversos periodos que pasó exilado fuera del país los empleó también para buscar documentos o publicarlos, como hizo con el manuscrito de José Antonio Pichardo sobre la vida y martirio de San Felipe de Jesús, el Método de misionar de Francisco García Diego (primer y único obispo de la diócesis de las dos Californias, dividida tras la guerra con Estados Unidos) o, de la pluma de Tomás de San Rafael, la Historia de la Conquista, población y progreso de la Nueva España. Y contribuyó con la edición de documentos sobre Zapopan, la historia del santuario de San Juan de los Lagos y otros sobre el franciscano Antonio Margil de Jesús.

Su labor fue premiada, a más de la Academia Mexicana de la Historia, con membresías en la Societé Académique International d’Histoire y en The National Geographic Society. Habiendo regresado de su último exilo en 1934 (de nuevo, escondido), falleció en Guadalajara el 18 de febrero de 1936. Sus funerales fueron apoteósicos; cientos de miles de sus feligreses acompañaron sus restos mortales.