Tras la conquista, descendientes de las dinastías indígenas recibieron títulos y tierras por parte de la Corona española, como fue el caso de Isabel Tecuichpo o de Juana María Cortés Chimalpopoca.
Creer que la resistencia indígena ha durado quinientos años es suponer que hay un esencialismo histórico en el que los indígenas son una masa homogénea de individuos que se han opuesto a los mecanismos de poder de la misma forma y por los mismos motivos. Dicha premisa ignora también que hubo otras formas de resistencia cotidiana desde la negociación, la vinculación afectiva, el hurto o la ineludible integración a un nuevo orden como única forma de supervivencia.
Ejemplo de esto último fue acudir a las instancias legales para reclamar justicia. No olvidemos que en Nueva España el virrey en turno debía dedicar dos días de la semana para escuchar exclusivamente quejas y pleitos de los pueblos de indios. Un caso claro de resistencia mediante la integración y aculturación es el de Isabel Tecuichpo, “Flor de Algodón”, la hija predilecta de Moctezuma que fue casada cinco veces; primero siendo apenas una niña con su tío Cuitláhuac y luego con su primo Cuauhtémoc, para después quedar dos veces viuda de sendos esposos españoles y por último contraer nupcias con Juan Cano, otro español.
Doña Isabel aprendió muy pronto que el mundo como lo conocía había quedado atrás, que jamás volvería y que lo mejor sería conocer ese nuevo orden y aprovechar los vericuetos de la legislación española y sacar provecho de ella. Cuatro veces viuda, doña Isabel Moctezuma fue una poderosa encomendera pues se le asignó Tlacopan o Tacuba, que era el señorío más grande del valle de México y comprendía enormes extensiones de tierra. Ella además era dueña de los seis mil indígenas que laboraban a su servicio y a los cuales liberó en su testamento al morir, lo que finalmente ocurrió en 1550.
A su vez, las élites indígenas pipiltin y en particular los informantes, puente ineludible de encuentro y comunicación de ambos mundos, colaboraron profundamente con los frailes españoles para preservar la memoria indígena. Aunque no lo dijeron todo y seleccionaran la información compartida. Una muestra fehaciente de ello es el Códice Florentino, un documento sobre diversos aspectos de la civilización mexica que sin los informantes de Sahagún del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco no existiría.
Las élites indígenas aprenden latín y castellano y con ello hablan y preservan sus memorias, pero también se introducen y adaptan a ese mundo nuevo que busca conocerlos a fondo para poder controlarlos más fácilmente. Es así que la división entre vencedores y vencidos borra estos intercambios y apropiaciones que son fundamentales en el devenir de la historia de México.
Por ejemplo, los indios conquistadores entendieron rápidamente quién era el nuevo poder y cuál era el mejor camino para pervivir. Los tlaxcaltecas recibieron mercedes por su colaboración con los españoles en la empresa de la conquista: títulos, escudos, tributarios y esclavos. Se les permitió usar sombrero y capa, y caballo a algunos más. Eran los nuevos símbolos de poder que los indígenas aprehendieron. Tales mestizajes que avanzan de forma inexorable se basan en la interpretación, adaptación, mutilación y reparación, tal como lo ha señalado Serge Gruzinski.
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Úrsula Camba Ludlow. Maestra y doctora en Historia por El Colegio de México. Hizo una estancia posdoctoral en la UNAM. Sus principales áreas de interés son la historia cultural, la de las mentalidades, de la sexualidad, de la negritud, de la esclavitud y del México virreinal. Asimismo, se ha especializado en la asesoría de guiones para series históricas y en la difusión de la historia de México en medios digitales y redes sociales. Es autora de diversos artículos y tres libros sobre el periodo virreinal, entre ellos Imaginarios ambiguos, realidades contradictorias. Conductas y representaciones de los negros y mulatos novohispanos, siglos XVI y XVII y Persecución y modorra. La inquisición en la Nueva España.
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“Quinientos años de resistencia indígena”