¿Quién es el jinete de la conjura?

La estatua de Ignacio Pérez en Querétaro

Ricardo Lugo Viñas

La estatua de Ignacio Pérez ubicada en la ciudad de Querétaro fue realizada por el escultor mexicano Juan Francisco Velasco y Perdomo y lleva el nombre de El jinete del destino.

 

Actualmente, se puede ir en auto desde el Palacio de Gobierno de Querétaro, antigua residencia del ilustre magistrado y corregidor Miguel Domínguez, hasta el centro de la ciudad guanajuatense de San Miguel de Allende (antes San Miguel el Grande) en poco más de una hora a velocidad crucero. De ahí se puede continuar, durante unos 45 minutos más, hasta Dolores Hidalgo, “la Cuna de la Independencia”. En total, entre la capital queretana y este último poblado hay cerca de 110 kilómetros de distancia.

Pues bien, la noche del 13 de septiembre de 1810 Ignacio Pérez Álvarez, un experimentado jinete, alcaide de la cárcel real de Santiago de Querétaro y hombre comprometido con la causa insurgente, emprendió a caballo dicho periplo. Como alma que lleva el diablo, a matacaballo, y bajándose de un corcel para subirse a otro, le llevaría dos noches y un día completarlo. ¿La razón? Llevaba un mensaje que le había encomendado doña Josefa Ortiz de Domínguez y que cambiaría para siempre el destino de la historia de Nueva España: la conjura independentista había sido descubierta y había que alertar a los líderes de la insurgencia.

Una estatua ecuestre, ubicada en el centro histórico de Querétaro (en la glorieta de las avenidas Universidad y Corregidora), conmemora esta empresa que ha sido considerada por historiadores como epopéyica, pues si bien el movimiento de insurrección habría estallado de cualquier manera, sin duda las páginas del relato de Independencia serían muy diferentes si, al no ser alertados por Ignacio Pérez, Ignacio Allende y Miguel Hidalgo hubiesen sido aprehendidos, como sucedió con los hermanos Emeterio y Epigmenio González, el corregidor Domínguez y otros insurgentes.

La escultura muestra a un hombre sencillo que monta un caballo desbocado. Lleva el sombrero apenas aferrado a su cuerpo por el barboquejo y deformado en la punta debido a la fuerza que el viento ejerce ante la velocidad. En la diestra carga el fuete; con la izquierda sostiene con sutileza las riendas. Por su parte, el caballo es un veloz cometa, desde el hocico hasta la punta de la cola; es un bólido incandescente que bufa. Lleva los ollares dilatados, como si con ellos olisqueara la urgencia del destino y del histórico quehacer que le exige lo mejor de su naturaleza. A ratos, hombre y bestia son una suerte de compleja e íntima relación; un centauro en las llanuras del Bajío.

La corregidora instó a Pérez Álvarez, a través del ojo de la llave de la puerta que la tenía encerrada por disposición del corregidor, para que fuera a advertir a Allende que la conjura había sido descubierta por las autoridades virreinales. Pérez se dirigió entonces hasta San Miguel, donde vivía Allende, quien a su vez se hallaba en Dolores, convocado por el cura Hidalgo. Entonces buscó a Aldama, a quien le entregó el recado. Es probable que Pérez haya acompañado a este hasta Dolores, pero no existen pruebas al respecto; otras versiones afirman que volvió a Querétaro. El hecho es que fue aprehendido a los pocos días y así permaneció una larga temporada, hasta que fue liberado. Entonces volvió a su empleo de alcaide. Según el historiador Lucas Alamán, en 1849 “tenía poco de haber muerto”.

 

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El jinete de la conjura