¡Periodismo Chayotero!

¿Cuál es la espinosa historia de la corrupción entre la prensa y el poder político en México?
Marco A. Villa

 

En la búsqueda de las raíces del chayote, invariablemente nos encontramos de frente con Carlos Denegri (1910-1970), “el mejor reportero de su tiempo, el peor periodista de la historia”, a decir del escritor Enrique Serna, autor de la novela biográfica El vendedor de silencio.

 

Era aún la época dorada priista, entre los sexenios de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, cuando la práctica del “chayote” comenzó a institucionalizarse, dado que llevaba ya tiempo fluyendo entre algunas tintas de la prensa corrompida. Fuera “chayotito” cuando era poco o “doña Rosario” cuando era una cantidad mayor, el chayo o chayote era –o es, mejor dicho– la compensación generalmente económica que un periodista recibe de algún político, empresario u otro personaje con poder. ¿Las razones? Favorecer a alguien halagándolo, amagar a otro con denunciarle alguna movida chueca (adulterio, delito…) o sacar de la jugada a un candidato con serias posibilidades electorales y capaz de hacer sombra a su contraparte del partido en el poder, por mencionar las más comunes.

Sobre el origen del término, la versión más extendida involucra a Julio Scherer García –el legendario director de Excélsior y apodado el Mirlo Blanco por mantener sin manchas su plumaje al no aceptar dinero de políticos–, quien a su vez encargó a Elías Chávez, reportero de Proceso, escribir sobre esta práctica que incluiría en su libro Los presidentes. Chávez cuenta: “Mientras el entonces presidente de la República pronunciaba un día de 1966 el discurso inaugural de un sistema de riego en el estado de Tlaxcala, entre los reporteros corría la voz: ¿ves aquel chayote? Están echándole agua. Ve allá”. Resultaba que, atrás de la planta, un representante de presidencia repartía el soborno. Desde entonces, su entrega se convirtió en un secreto a voces, con reporteros que representaban un cúmulo cada vez mayor.

 

¿Quién fue el padre del chayo?

 

En la búsqueda de las raíces del chayote, invariablemente nos encontramos de frente con Carlos Denegri (1910-1970), “el mejor reportero de su tiempo, el peor periodista de la historia”, a decir del escritor Enrique Serna, autor de la novela biográfica El vendedor de silencio. Este personaje destacó por su preparación y contactos: hablaba alemán, francés e inglés y se defendía en portugués e italiano; colaboró en Time, Life y otras publicaciones extranjeras que lo buscaban cuando necesitaban corroborar datos o informar sobre México; contaba con una extensa red de contactos nacionales e internacionales que participaban tanto en sus reportajes como en sus corruptelas. Era hábil para obtener información, diestro en el arte de las relaciones públicas y sobre todo en la obtención de exclusivas, entre otras cualidades que puso al servicio de sus embutes.

Denegri fue hijastro de Ramón Pérez Denegri, político prominente que formara parte de los gabinetes presidenciales de Álvaro Obregón y Emilio Portes Gil. Con los años, sacó maliciosamente provecho de su trabajo, a la sombra y resguardo de un régimen que tenía la costumbre de seducir a los periodistas destacados y mantener un férreo control sobre la prensa.

Carlos tocó la cima de la fama con su serie de entregas reporteriles en las que informó desde Londres varios momentos de la Segunda Guerra Mundial. Era 1942 cuando cruzó el Atlántico para cumplir su misión. Reunidos después en el libro Luces rojas sobre el Canal, estos textos eran enviados por teletipo (télex) a la redacción de Excélsior y publicados a cinco columnas en la primera plana. Línea a línea, cautivaba a los lectores por la emoción y el suspenso que imprimía a sus entregas. En ellos se pintaba como un gran “ligador”: lo mismo una aristócrata inglesa que una sudamericana o la recepcionista de un hotel.

Pero quizá el clímax llegó cuando dejó de enviar notas durante varios días, luego de informar que las embarcaciones nazis estaban torpedeando a los Aliados. La gente pensó que había muerto. Otro golpe de talento que se tradujo en temprano éxito mediático lo dio en 1945, cuando escribió: “Hoy, los Estados Unidos detonaron en Hiroshima y Nagasaki la primera bomba atómica en la historia de la humanidad”, y a continuación reprodujo el Padre Nuestro completito.

Se convirtió en una celebridad… y también empezó a encumbrarse como el periodista más poderoso, impune y rico gracias al chayote, mismo que obtuvo de la élite política y empresarial durante cerca de veinte años. El mismo gabinete presidencial asistía a sus cumpleaños. Destaca un hecho que refleja su proclividad a esta práctica: la plana que compraba a Excélsior por cincuenta mil pesos para después vender las menciones a políticos, ya fueran a favor o en contra; en este último caso, pagado por un tercero. Vino después su columna “El fichero político”, en donde aquellos que no eran favorecidos pasaban “una temporada en el infierno”, como escribiera Carlos Monsiváis. Pionero de la televisión, transmitió por décadas un programa que cerraba invitando a los televidentes a encontrarse en la próxima emisión, seguida de la frase “Dios mediante”. Porque además era creyente. El mismo Scherer contó que Denegri “alguna vez entrevistó a Dios”.

Se ha dicho que los tiempos cambian y que el chayote ya se ha “secado” y desaparecido. ¿Será?