Óscar Chávez, un legado que va más allá del canto

Música y Tiempo

La Redacción

Sus piezas forjaron conciencias libertarias o constataron el crítico devenir de un país enfrascado en líos políticos, económicos y sociales.

 

Puede dudarse que Óscar Chávez realmente fuera experto en la “química, retórica, botánica y sistema decimal”, pero no en que interpretó o compuso canciones que a muchos les resultaron incendiarias, provocativas y subversivas, más algunas que repetirlas era –y es– como degustar exquisitos versos zambullidos en un peculiar romanticismo o en festiva ironía. Otras de sus piezas forjaron conciencias libertarias o constataron el crítico devenir de un país enfrascado en líos políticos, económicos y sociales. Tenían también sensibles estampas de historia, lenguaje popular, urbanismo, tradiciones y hasta la sabiduría de un orgulloso pueblo mexicano.

Si nos preguntáramos cuál es su mayor legado luego de más de cincuenta años de trayectoria que culminó en abril de 2020 con su muerte por covid, podríamos proponer sus decenas de álbumes, entre los que destacan sus punzantes Parodias políticas y los inolvidables discos de Macondo, Encerrona…, Los caifanes y México 68, además de la trilogía Voz viva de México, en la que recita poemas de Amado Nervo o Sor Juana Inés de la Cruz. Mención aparte, su encomiable recorrido por géneros como el bolero, corrido, tropical, trova o tango. O tal vez el extenso mapa que configuró al reinterpretar la música tradicional de Guerrero, Oaxaca, Guanajuato, Chiapas, Nuevo León, Yucatán, Veracruz y otras entidades.

Pero más allá del artista frente a su público, fuera en el Palacio de Bellas Artes, Ciudad Universitaria, el Festival Cervantino o algún evento internacional, también podríamos asomarnos a su faceta de investigador musical. Como tal, recopiló canciones de la época de la Reforma, de la Segunda Intervención francesa, la Revolución mexicana –con corridos de varias de las facciones partícipes– o la expropiación petrolera, destacando además sus discos Juárez no debió morir, en los que rescata el cancionero de la época del Benemérito, musicalizando conocidas obras como la de los Los cangrejos de Guillermo Prieto.

El hombre renuente a los homenajes –porque le sonaban a epitafio–, el de poquísimas palabras fuera de los márgenes de su canto, quizá no pudo ser mejor homenajeado que con las brevísimas líneas de Carlos Monsiváis: “Desde hace años, Óscar Chávez –[…] folclorista, antólogo, luchador social– trabaja en una triple vertiente: rescate de la herencia lírica, presentación de nuevos materiales mexicanos y latinoamericanos, y manejo de las vetas satíricas de la canción. Él no jerarquiza, y si no le concede igual tiempo, sí le da igual importancia a lo viejo y lo nuevo, lo triste y lo divertido, lo épico y lo sensual”.

Tampoco podemos dejar de lado su participación en el teatro, ya fuera actuando en piezas de autores clásicos, otras veces bajo la batuta de directores como Emilio Carballido o Ludwik Margules, e incluso aprendiendo dirección como alumno de Salvador Novo. Y también en la pantalla grande –más allá de Los caifanes–, destacando en la producción histórica de 1988 Romper el alba, considerado el mejor filme en el que Chávez participó y donde interpreta al protagonista Pedro J. González, pionero de la radio hispana en Los Ángeles que figuró en la década de 1930.

Para muchos seguidores, colegas y críticos, Chávez es quien más ha aportado al rescate de la música mexicana, y por eso obtuvo, en el verano de 2019, la distinción de Patrimonio Vivo de la Ciudad de México.

 

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