Meseros contra meseras

Gerardo Díaz

Las meseras fueron criticadas por sectores conservadores de finales del siglo XIX, prosiguiendo el eterno debate de cuál debía ser el trabajo adecuado para las mujeres.

 

Un escenario común respecto a saciar el apetito es acudir a un restaurante de cualquier tamaño o categoría y que una “señorita” atienda nuestra solicitud. Ya satisfechos y contentos, agradecer por las atenciones recibidas y partir para continuar nuestra jornada. Este acto tan normalizado ha sufrido una serie de sinsabores para sus protagonistas, pues a pesar de que la presencia de la mujer en la cocina ha sido usual desde tiempos prehispánicos, no lo fue así su intermediación con otras personas.

Con la contratación de las primeras meseras en los cafés de finales del siglo XIX se retomó un debate moral. Señoritas dialogando con desconocidos alimentó la imaginación pública más mojigata que gritó a los cuatro vientos que la prostitución y el café llegarían a ser sinónimos. Las noticias nocivas comenzaron a circular en los periódicos de la época: traiciones y asesinatos por amores de cafetín, el pretexto perfecto para beber un café… y luego una botella entera, etcétera.

El escritor Ciro B. Ceballos, periodista en diversos medios de aquella época como El Imparcial, destacó la presencia de las señoritas en los cafés con sus rostros cargados de coloretes en medio de penumbras, mientras que el famoso literato Manuel Gutiérrez Nájera indicó que su actitud en nada se comparaba con una vendedora de aguas frescas, dejando a la imaginación el resto del contexto pero insinuando que el trabajo bien podría estar cargado de otra moral.

En 1913 la Corporación de Dependientes de Restaurantes (meseros) condenó la participación de la mujer hasta el punto de exigir su expulsión. Los varones se sintieron desplazados, aunque ciertamente sus quejas referían más a tradiciones y prácticas sociales que a competencia desleal o ilegal.

En ese sentido, los legisladores revolucionarios, con ideas sociales muy avanzadas en otros sentidos, continuaron una tradición “proteccionista” de la mujer y los buenos valores y en 1917 indicaron en la fracción II del artículo 123: “Quedan prohibidas las labores insalubres o peligrosas para las mujeres en general y para los jóvenes menores de diez y seis años”. Los meseros festejaron. La definición de peligroso o insalubre fue dictaminada por los hombres.

 

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