Quizá en México no hay una localidad sin un sobrenombre. Desde las más grandes metrópolis, hasta aquellas con escasa población y pequeño territorio. En la gran mayoría, muchas ciudades o poblados llevan ya un nombre que expresa alguna de sus más importantes y antiguas características, la cual quedó para siempre consignada en su propia etimología, como Huaxyacac (Oaxaca), vocablo que deriva del náhuatl y que puede traducirse como “en la punta o en la nariz del huaje”.
En otros casos, los apelativos evocan leyendas que sus pobladores arraigaron mediante la tradición oral, y también están aquellos motes que tomaron vocablos de otras latitudes, como la árabe "sultana", que evoca la belleza de la mujer de un sultán. Así, tenemos la famosa Sultana del Norte, Monterrey; la Sultana del Duero, Zamora; la Sultana Huasteca, Poza Rica; la Sultana del Valle, Tulancingo, y las dos Sultanas de la Sierra, que adulan a la yucateca Tecax y a la tabasqueña Teapa. Abordemos con breves recuerdos algunas ciudades.
Oaxaca
Centenaria es la historia de la Verde Antequera, como es nombrada Oaxaca, cuya fundación se remonta a la década de 1530. Sabido es que los conquistadores nombraron a dicha población Villa de Antequera, pues sus condiciones naturales, ambiente airado y geografía les recordaba a la ciudad homónima en la provincia de Málaga, en España. En breve tiempo y por apenas un periodo fugaz, combinó ese parecido con su origen, llamándose Villa de Antequera de Guaxaca.
Un decreto de Carlos V estipuló que fuera llamada “Muy noble y leal ciudad de Antequera” cuando ya era parte del enorme Marquesado del Valle de Oaxaca dado a Hernán Cortés como recompensa por sus servicios a la Corona. Fue en ese tiempo cuando comenzó la traza de la ciudad y en las siguientes décadas la edificación del palacio de gobierno, así como algunas iglesias y templos, para lo cual se utilizó cantera verde, una roca que se distingue por su suavidad, ligereza, resistencia y porosidad.
De ahí que, desde hace siglos, el mote de la Verde Antequera para esta ciudad ha estado en la voz de visitantes y residentes, y más cuando, en época de lluvias, el color de esta piedra se intensifica, destacando entre infinidad de íconos de la ciudad. La artista plástica y escultora Joy Laville, quien ahí vivió por varios años con su esposo Jorge Ibargüengoitia, dijo: “Oaxaca es vida. No hay nada igual. El color de la piedra, la vitalidad del mercado, lo soberbio de sus iglesias, las rejas y balcones, los zaguanes y callejones, las flores que se trepan por los muros, las mujeres en sus trajes de la sierra”.
Para conocer más de este relato, adquiera nuestro número 182 de diciembre de 2023, impreso o digital.