“Los españoles eran blancos y racistas”

10 mitos populares sobre la Conquista

Úrsula Camba Ludlow

Uno de los mitos más absurdos pero que más fuerza han tomado gracias al culpígeno discurso anglosajón de reciente importación es que los españoles eran blancos y racistas, como si se tratara de los mismísimos pilgrims del Mayflower.

 

Las imágenes que permean el imaginario norteamericano que ahora ha copiado el discurso en nuestro país están asociadas a La cabaña del tío Tom, El color púrpura o Doce años esclavo, por mencionar solo algunas obras que retratan un mundo maniqueo donde los blancos son el epítome de la maldad.

Lo cierto es que la dinámica de colonización y poblamiento de los mundos hispánicos en las Indias y las complejas relaciones con los nativos fueron muy distintas de aquellas llevadas a cabo por el vecino país del norte. La división de las repúblicas de indios y españoles al inicio de la colonización en Nueva España tenía un doble motivo: por un lado, prevenir una posible rebelión de los indígenas; por el otro, preservarlos de los vicios y malas costumbres de los españoles. No se trata de un apartheid.

En Nueva España, tanto los indígenas como los esclavos negros tenían ciertos derechos claramente estipulados: el acceso al matrimonio y a la salud (tenían sus propios hospitales para recibir atención), así como la posibilidad de emprender pleitos legales y de acudir a las instancias de justicia para exigir la reparación de un daño; es decir, tenían personalidad jurídica y alma, misma que tenía la posibilidad de ser redimida mediante el perdón y el arrepentimiento.

Los indígenas tenían varios privilegios como el no ser sujetos de esclavitud a partir de las Leyes Nuevas de mediados del siglo XVI, además de ser vasallos del rey, poder dirigirse a él y a su Consejo sin intermediarios y no ser perseguidos por la Inquisición. No eran considerados ni tratados como animales, como sí lo eran los afrodescendientes en las plantaciones de Virginia, por ejemplo.

Al igual que los pobladores de Mesoamérica, los españoles eran grupos con lenguas, costumbres y diferencias irreconciliables –que perviven hasta la actualidad–; un conglomerado bastante heterogéneo entre los que se encontraban extremeños, andaluces, gallegos, vascos, así como otros que a su vez convivían desde hacía siglos con portugueses, flamencos, judíos, conversos, musulmanes y africanos. En el siglo XVI, la población africana en Sevilla (principal puerto español de salida hacia América) se había incrementado de forma importante y, por ende, la convivencia y la mezcla con los españoles, musulmanes y conversos también.

Para los españoles, la mezcla con otros grupos sociales no despertaba el repudio en términos raciales –categorías decimonónicas que hunden su raíz en los afanes clasificatorios del siglo XVIII, no en las empresas militares y religiosas del XVI– que generaba en el mundo anglosajón. La dinámica virreinal se sustentaba en lo que Pilar Gonzalbo ha llamado “la segregación imposible” y en consideraciones que estaban dadas por la calidad de una persona; es decir, el prestigio familiar, el linaje, la fortuna, el lugar que ocupaba en su comunidad y lo que se decía de ella, no en su “raza” o color de piel que después de tantas mezclas era difícil establecer en los registros parroquiales. El mundo hispánico no era un mundo cerrado.

 

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Úrsula Camba Ludlow. Maestra y doctora en Historia por El Colegio de México. Hizo una estancia posdoctoral en la UNAM. Sus principales áreas de interés son la historia cultural, la de las mentalidades, de la sexualidad, de la negritud, de la esclavitud y del México virreinal. Asimismo, se ha especializado en la asesoría de guiones para series históricas y en la difusión de la historia de México en medios digitales y redes sociales. Es autora de diversos artículos y tres libros sobre el periodo virreinal, entre ellos Imaginarios ambiguos, realidades contradictorias. Conductas y representaciones de los negros y mulatos novohispanos, siglos XVI y XVII y Persecución y modorra. La inquisición en la Nueva España.

 

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