Entre 1912 y 1913, la XXVI Legislatura también fue protagonista de ese crítico periodo que condujo al derrocamiento del presidente Madero y a su sustitución por Huerta. Fue la primera Diputación electa por voto universal y directo, y que se liberó del anterior sometimiento al Ejecutivo. A pesar de la ruptura constitucional que representó su ascenso al poder, Huerta, al igual que Porfirio Díaz, pretendió dar una apariencia de legalidad a su gobierno. Esto lo llevó a enfrentarse con una legislatura que se ostentó como la primera asamblea popular de México y sostuvo una actitud crítica e independiente frente al presidente, lo que se acercó en los hechos a un ejercicio de parlamentarismo. Sin embargo, al final la autonomía de los diputados fue sacrificada y el poder Ejecutivo, de nuevo, obtuvo el control político del país.
Del sometimiento a la independencia: la Cámara de Diputados entre Porfirio Díaz y Francisco I. Madero
Para intentar una valoración del gobierno de Francisco I. Madero nos parece necesario establecer algunas comparaciones con el régimen que lo precedió: el porfirista. Durante los años que Porfirio Díaz encabezó el gobierno nacional fue consolidando la fuerza del poder Ejecutivo a través de las vías de hecho y de derecho. Lo primero, acumulando en sus manos toda la autoridad que le fue posible, al grado de convertirse en el auténtico rector de los destinos del país y estableciendo en la práctica un gobierno centralista. Por el camino legal, Díaz modificó la Constitución de 1857, que otorgaba amplias facultades al poder Legislativo, para sancionar de esta manera el acopio de mando del Ejecutivo.
Para nadie es desconocida la cerrada estructura política del país en la época porfirista. Sólo a ciertas capas de la sociedad les estaba permitido participar en las esferas gubernamentales, eso sí, siempre y cuando se contara con la autorización del presidente. De este modo, la reelección indefinida empezó a ocurrir no sólo en la presidencia, sino también en las secretarías de Estado, el poder Legislativo, la judicatura y aun en los gobiernos locales y municipales. La movilidad política fue escasa.
Al parecer, esto se debió principalmente al control ejercido sobre las transitorias organizaciones políticas, a las cuales no se les permitió que sobrevivieran excepto si apoyaban totalmente la política porfiriana –como ocurrió con el Partido Reeleccionista y el Círculo de Amigos de Porfirio Díaz–, pero se persiguió con obstinación a aquellos grupos incontrolables para el poder Ejecutivo, como fue el caso del club organizador del Partido Liberal, en 1906, y los clubes reyistas, organizados en 1909.
Díaz siempre procuró acatar las fórmulas legales que habían creado la imagen de México como una república federal, representativa y democrática, aunque de hecho las cosas no correspondieran a esas nociones. Ya dijimos que el país estaba gobernado de una manera centralista, pese a que teóricamente se encontraba dividido en estados libres y soberanos. En cuanto a la representatividad, siempre se ha dicho –y esto fue reconocido por algunos porfiristas– que el sufragio popular no se respetó y ni siquiera se tomó en cuenta. Siempre se conservaron los tres poderes en los cuales en teoría debía estar dividida una república, aunque en la práctica el poder Ejecutivo predominaba y anulaba a los otros dos. Como no permitió el libre juego de los partidos políticos, no podría considerarse como democrático a este gobierno.
Si bien durante el Porfiriato, en cada sucesión presidencial el país entraba en cierta efervescencia política, en 1909 la situación se hizo sumamente crítica. La avanzada edad de Díaz era síntoma de una muy cercana La actuación presidencial de Madero se rigió por dos directrices: una, la doctrina liberal; y la otra, el respeto a la ley. Es preciso reconocer con Arnaldo Córdova que, para resolver los problemas del país, en este caso se buscó la solución en las fórmulas que ofrecía el pasado. La medida contrastaba con la necesidad de resolver nuevos problemas, muchos de los cuales se originaron en la aplicación tan peculiar que se le dio en el pasado al liberalismo. Sin embargo, también debe considerarse que México, al igual que el resto de los países latinoamericanos –por imposición durante la Conquista y la Colonia, y por propia voluntad a partir de sus movimientos independentistas–, siempre ha imitado los modos de vida occidentales, y hasta el momento que nos ocupa en Europa predominaban –y eran los que habían logrado los mejores frutos– los procedimientos liberales. No existía, pues, otro modelo posible de imitar.
Además, el desarrollo específico del país no había desechado como impracticables los principios liberales, puesto que nunca habían sido aplicados con rigor. Así, por una acción mimética se adoptó la postura liberal en lo político y en lo económico, por considerársele la mejor, así como porque –pese a la antigüedad del sistema– aún se tenían esperanzas de que su aplicación podría resolver los problemas del país.
En términos generales, todos los hombres que en esos momentos participaban en la vida política del país eran liberales. Sólo se dividían porque unos estaban influidos por las ideas evolucionistas, y otros anhelaban resolver las cuestiones sociales por vías más rápidas que la simple evolución. Únicamente diferían en los métodos de aplicación de la doctrina. En esta primera etapa del movimiento revolucionario, el único hombre que se salía del marco del liberalismo era Ricardo Flores Magón, pero su influencia en el proceso revolucionario fue limitada. Así pues, para resolver la situación nacional el meollo estaba en el modo de aplicar el liberalismo.
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