León Trotsky, el asilado político

Ricardo Lugo Viñas

Diego Rivera fue clave para que el asilo de Trotsky en México fuera posible. Sus contactos con los comunistas y simpatizantes trotskistas norteamericanos facilitaron las gestiones para que “el viejo barbitas” pudiera refugiarse en nuestro país. Aunque Rivera y Trotsky terminaron distanciados, este último siempre le agradeció todas sus atenciones y que le haya permitido hospedarse en la Casa Azul de Coyoacán.

 

“El señor Trotsky puede venir a México. El gobierno que represento le acordará el asilo en su carácter de refugiado político…”. Esa fue la inmediata y contundente respuesta que el presidente Cárdenas dio a la comisión especial integrada por Rivera y Fernández, la mañana del 24 de noviembre, en su despacho provisional de Torreón. Tiempo más tarde Fernández recordaría: “En cinco minutos, el presidente Cárdenas nos dijo que sí”.

El cifrado telegrama, enviado desde EUA y firmado por “A.B.”, había surtido efecto: Liev Davídovich, ‘El viejo barbitas’, exlíder bolchevique cuyo nom de guerre era León Trotsky, al fin conseguía un poco de tregua; un refugio y la posibilidad de salvación en un lejanísimo y solidario país: México. Y es que, desde su destierro de la URSS en 1929, Trotsky había sido víctima de una compleja conspiración internacional de acoso y persecución por parte del todo poderoso líder comunista Iosef Stalin, quien, dicho sea de paso, lo quería muerto.

El fatigoso peregrinaje y exilio de Trotsky –íntimo amigo y natural sucesor de Lenin, presidente del Soviet Militar Revolucionario e ideólogo del comunismo– había iniciado con su deportación a los confines de la URSS, a Kazajistán, para posteriormente ser desterrado a Turquía, a la isla Büyükada (Prinkipo), frente a las costas del mar de Mármara. Luego sería recibido en Francia, donde vivió de incógnito a las afueras de París, en una cabaña en el bosque de Fontainebleau de donde, eventualmente, también sería expulsado.

Para ese momento –mientras Rivera y Fernández se entrevistaban con el presidente Cárdenas– Trotsky se hallaba en Noruega, bajo arresto domiciliario, con el terrible riesgo de ser entregado a los pelotones de la muerte soviéticos. Sucede que, hacía unos meses, en agosto de aquel 1936, habían iniciado en Moscú una serie de juicios sumarios, posteriormente conocidos como “La gran purga” o los Procesos de Moscú, en los que se acusaba a miembros de la vieja guardia del Partido Bolchevique y del Ejército Rojo –entre ellos Trotsky– de traición, terrorismo, crímenes de lesa humanidad y supuestos intentos de asesinar a Stalin.

De modo que, ante la crítica situación que padecía Trotsky en Noruega, el Comité norteamericano para la defensa de Trotsky (ACDLT, por sus siglas en inglés) había intentado, sin éxito, conseguir el beneplácito del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt para que Trotsky pudiera asilarse en EUA. Se cuenta que, incluso, dicho Comité recurrió a un poderoso e íntimo amigo del presidente Roosevelt para tratar de convencerlo, pero que cuando este mencionó “el favor que amablemente le solicitaba”, el presidente por poco se ahoga.

“A.B”, el remitente del manido telegrama que recibió Rivera, eran las iniciales de Anita Brener, antropóloga, crítica de arte nacida en Aguascalientes en 1905 y miembro del ACDLT comisionada para indagar, mediante Rivera y la citada LCI, si México podría ofrecer asilo a Trotsky y su esposa Natalia Sedova. Así, el 7 de diciembre de 1936 el presidente de la República hizo pública la noticia: su gobierno recibía, en calidad de asilado político y “huésped personal”, al Líder de la Cuarta Internacional y viejo bolchevique León Trotsky, bajo la firme advertencia de que el revolucionario ruso no injeriría ni opinaría sobre asuntos de la vida pública y política de México.

Tras aquel anuncio, el rechazo y animadversión en México no se hizo esperar. Y es que –como lo apuntaría varios años después Carlos Monsiváis– Trotsky llegaba a México como un “demonio doble”: por un lado, para la derecha, era ejecutor del Zar, [un rojo comunista], y por otro, para la izquierda mexicana, era el imperio del mal, el hombre que había traicionado a la Gran Revolución para vendérsela a los norteamericanos.

Tanto el Partido Comunista Mexicano (PCM) como la Confederación de Trabajadores de México (CTM), ambas agrupaciones prosoviéticas abanderadas por el poderoso Vicente Lombardo Toledano, pusieron el grito en el cielo: “Trotsky es enemigo de México”. Prácticamente durante toda la estancia de Lev Davídovich en nuestro país estas dos organizaciones, particularmente el PCM, se convirtieron en un almacén de odios y derrocharon miles de litros de tinta y kilómetros de papel para atacar, sistemáticamente, al viejo de barbas blancas refugiado en Coyoacán.

Esta inconformidad también se manifestó al interior del gobierno de Cárdenas. El ministro de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay, por ejemplo, desobedeció las órdenes expresas del presidente e intentó boicotear el proceso de visado a Trotsky. Fue necesario un “telegrama presidencial” para que Hay, a regañadientes, iniciara el trámite de asilo para Trotsky y su esposa Natalia.

 

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Trotsky agoniza en los gélidos fiordos noruegos