Leandro Valle, el general más joven en la Guerra de Reforma

Luis A. Salmerón

Leandro Valle y Miguel Miramón eran los mejores amigos en el Colegio Militar de Chapultepec. Tenían catorce años cuando combatieron al invasor estadounidense como cadetes; eso fue en 1847. El destino quiso separarlos al haber tomado el sendero de la guerra en ejércitos enfrentados: en 1858 ambos eran generales, pero uno del ejército republicano y otro del conservador. Ni la guerra ni la distancia política segó la amistad entre ambos, aunque los dos pagaron con su vida la adhesión a sus respectivas causas. Leandro murió fusilado en 1861 y Miramón en 1867. En esta semblanza de Valle se muestran los rasgos humanos de uno de los grandes combatientes liberales del siglo XIX.

 

Los primeros rayos del sol despejaban la ligera bruma mientras un joven general recorría el campo que unas horas después se cubriría de sangre. Buscaba, como otras veces, un árbol solitario en donde sabía que encontraría una carta del general en jefe del ejército enemigo oculta en la corteza. Su conducta, que en otros casos habría despertado múltiples sospechas, era conocida por sus hombres y superiores. Su lealtad no estaba en duda.

Se trataba del general Leandro Valle, quien a sus escasos veintisiete años había probado su valor en los campos de batalla decenas de veces, apoyando al partido liberal. En cuanto a la carta que buscaba, era remitida por el también general Miguel Miramón, la principal espada del partido conservador que, esa mañana del 22 de diciembre de 1860, se jugaba su suerte en una última batalla.

Miramón tenía entonces veintiocho años y a ambos jóvenes los unía una estrecha amistad desde los lejanos días en que ambos, siendo prácticamente niños, ingresaron al Colegio Militar donde –según narra Ángel Pola en su biografía sobre Leandro Valle publicada en 1890– se saludaban bromeando cuando se encontraban en los pasillos: “—Mi General —hablaba Miramón con la mano derecha llevada al kepí y cuadrándose marcialmente. —Ordene su Alteza —decía Valle”. Pero esta broma resultaría de una exactitud casi profética: al momento de la muerte de ambos en la década de 1860, el liberal ostentaba el grado de general y el conservador enfrentó al pelotón de fusilamiento ocupando el lugar del centro, puesto de honor que le cedería el emperador Maximiliano.

El bautizo de fuego

Leandro Valle nació el 27 de febrero de 1833. Fue hijo del general Rómulo Valle y de doña Ignacia Martínez. Él era un veterano de la revolución de independencia que desde 1811 militó bajo las órdenes del general Juan Álvarez y años después compartió con él los ideales del partido liberal; ella, una devotísima católica que no rechazó los principios liberales, primero de su esposo y después de su hijo, a quién solo suplicaba que portara un relicario suyo al enfrentar las balas enemigas, pese a las quejas del joven militar que temía que sus compañeros de armas le llamaran incongruente al ver el devoto objeto colgando de su cuello. Años después, al momento de morir, suplicaría al jefe de la escolta que iba a fusilarlo que devolviera a su madre el “relicario que no es tan milagroso como ella creía”.

En 1844, con solo once años de edad, Leandro ingresó al Colegio Militar, donde pronto se distinguió como uno de los primeros de su clase. A finales de 1846 ya era sargento segundo y había tomado clases de táctica de infantería y de caballería, además de cursos de matemáticas donde también sobresalió. Al igual que a otros cadetes, la guerra de invasión estadounidense lo sorprendió en ese año.

Para enero de 1847, Valentín Gómez Farías, entonces mandatario del país, solicitó que el joven sargento fuera ascendido a subteniente. Para el 27 de febrero siguiente enfrentaba decididamente a los sublevados que se pronunciaron en la iglesia de la Profesa, en la Ciudad de México, para frenar las reformas impuestas por Gómez Farías y que pasarían a la historia con el mote de polkos, en lo que muy probablemente fue el bautizo de fuego de su brillante carrera militar. Nada más se sabe de su participación en la guerra contra los estadounidenses, salvo que se unió a las tropas del general Juan Álvarez, antiguo jefe de su padre y de Antonio Banuet, con quien participó en la defensa de la Ciudad de México cuando el desastre nacional era inminente.

El meteórico despunte

En los años que siguieron a la guerra contra la invasión, Valle alternó sus estudios en el Colegio Militar con un incipiente afecto a la poesía y las letras. En marzo de 1853, antes de concluir formalmente sus estudios, obtuvo el grado de teniente de ingenieros y el cargo de segundo ayudante del Batallón de Zapadores, incorporándose definitivamente a la milicia.

Para junio de ese mismo año había ascendido a capitán segundo y se integró a la Compañía de Ingenieros de la Guardia del general Antonio López de Santa Anna, aunque para 1854 renunció al enterarse que su padre había sido apresado por las autoridades santannistas por expresar exaltadamente sus ideas liberales en un acto público en la ciudad de Puebla. Así, el ingreso de Valle a las filas de la Revolución de Ayutla de este año, encabezada por don Juan Álvarez en contra de la dictadura de Santa Anna, se antojaba como un paso natural en su carrera, así que el joven militar se unió a la revuelta siguiendo los pasos de su padre.

Al triunfo de la Revolución de Ayutla en 1855, fue nombrado por el presidente Ignacio Comonfort agregado militar de la legación de México en París con la idea de que concluyera sus estudios, pero la escasez de recursos, tanto propios como del erario, le impidieron ingresar al colegio, por lo que regresó a México a finales de 1857. En seguida recibió de manos del propio presidente su ascenso a capitán primero de la Primera Compañía del Batallón de Zapadores y poco después estalló la Guerra de Reforma en la que Leandro Valle desempeñaría un destacado papel.

General de la Reforma

Siguiendo nuevamente la narración de Ángel Pola: “Perdida la capital de la República, el 24 de enero de 1858 de la noche a la mañana salieron en diligencia su padre y él rumbo a Salamanca, donde se hallaba [Manuel] Doblado. La víspera de su partida para tomar parte en la Guerra de Reforma comió y tuvo una larga entrevista con el general Miguel Miramón en el restaurante La Estrella, en la calle de Refugio frente al portal de Agustinos, y trataron de sobornarse el uno al otro: Miramón ofrecía todo un porvenir a Valle, y éste, otro no menos lisonjero que aquél; pero ninguno cedió: cada quien tomó senda opuesta, sin perder su amistad fraternal”.

Desde su ingreso a las tropas liberales en la Guerra de Reforma, el ascenso de Valle fue meteórico; los grados militares y el reconocimiento tanto de sus superiores como de los soldados llegaron rápidamente. En Salamanca se integró al Estado Mayor del general Manuel Doblado, donde se distinguió en las acciones del 9 y 10 de marzo de 1858 en esta ciudad del Bajío, así como en la del 20 de ese mes en Santa Ana Acatlán (el actual Acatlán de Juárez, Jalisco), lo que le valió ser nombrado teniente coronel de ingenieros por Benito Juárez. Luego en noviembre, por las acciones de Cuevitas y Guadalajara, en el occidente del país, Santos Degollado lo ascendió a coronel y para mayo de 1859 a general de brigada.

Al llegar 1860, Valle era uno de los generales más reconocidos del bando liberal por su valor y arrojo, probablemente fruto de su corta edad; tenía para entonces veintisiete años. Participó en las principales batallas de ese año decisivo de la guerra: la de Silao el 10 de agosto, la toma de Guadalajara en noviembre y la decisiva de Calpulalpan el 22 de diciembre, que marcó el final formal de la Guerra de Reforma y permitió a los poderes liberales retornar a la capital.

A los dos días de la victoria en Calpulalpan (en las cercanías del actual San Miguel de la Victoria, municipio de Jilotepec, Estado de México), Valle recibió una carta de su amigo de la infancia, el entonces derrotado y prófugo Miramón, en la que le encomendaba, en nombre de su amistad, el cuidado de su esposa. Así lo presenta Pola:

 

Querido Leandro.— No sería difícil que Concha necesitase de alguna persona de influjo del partido triunfante, y prefiero dirigirme a ti que a alguno de sus parientes, a fin de que hagas por ella en nombre de nuestra antigua amistad, lo que en igual caso haría yo por tu familia. Disfruta de felicidades, y manda a tu amigo.— Miguel Miramón. Diciembre 24 de 1860.

 

Leandro honró la amistad que lo unía a su antiguo compañero de colegio y puso todo su empeño para que doña Concha Lombardo de Miramón saliese del país sin ser molestada.

 

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