La historiadora Pulido Llano observa un fenómeno que escandalizó a la capital mexicana y propuso una nueva estética del erotismo en los espectáculos nocturnos, de tal modo que las rumberas se convertirían en parte de la cultura popular urbana.
María Antonieta Pons, Amalia Aguilar, Ninón Sevilla y Rosa Carmina. Estas cuatro mujeres participaron en el desarrollo del espectáculo en el país y sus carreras tuvieron que ver con la inserción de “lo cubano” en México. Sus historias de vida coinciden en más de un punto: las cuatro llegaron contratadas para trabajar en espectáculos específicos y combinaron los foros teatrales con los fílmicos, sin suspender, por lo menos durante una o dos décadas, sus representaciones. Se casan en México y aquí hacen sus vidas; en algunos casos dejan de lado su profesión para dedicarse al cuidado de sus familias. Por último, todas fueron prolíficas en materia cinematográfica y recrearon los estereotipos populares cubanos en el celuloide. La pantalla grande se colmó de coreografías hechas para ellas, en las que también se les veía improvisar.
Mediante sus personajes reforzaron, por un lado, la asociación entre el pecado, la vida urbana nocturna y los destinos fatídicos adscritos a la prostitución; por el otro, la imagen de la mujer tropical. Eso sí: todas bailaron y bailaron y bailaron... cada una con su particular estilo.
Ese oscuro objeto del deseo
Las rumberas fueron un amplio fenómeno en el que pueden apreciarse tanto las propuestas escénicas subversivas como las reacciones de las “buenas conciencias”. Con el paso de los años, la imagen de este tipo de artista fue incorporando elementos en respuesta al momento: el vestuario se amplía o se reduce, los movimientos acentúan las caderas o la pelvis; sin embargo, el carácter voluptuoso, carnal, desenfadado, divertido, diferente, se mantuvo. No hay representación de la rumbera en la que no se aprecie la transformación de lo femenino al contacto con la música.
Las rumberas se multiplicaron con colores, vestuarios y música de lo más diversa. Mujeres con holanes y faldas estrechas que mostraban pantorrillas, piernas, caderas, pechos; rubias, morenas, castañas; altas, bajitas, flacas o robustas; de pantorrilla ancha, cadera atrayente, cintura de avispa y senos pequeños; de cintura acompasada, cadera enjuta, brazos inquietos y pechos notables... Todas asumieron a la música como una forma de vida, por trabajo, por placer y, en algunos casos, porque esa fue la única opción que vislumbraron en algún momento de su existencia.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Las Rumberas” de la autora Gabriela Pulido Llano y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 94.