La anécdota aconteció en este contexto de transición presidencial. Resulta que, en cierta ocasión, Barros Sierra y Díaz Ordaz coincidieron en la puerta de entrada de un acto público, ambos en calidad de secretarios de Estado. Ordaz envidiaba y temía a Barros Sierra, en parte, debido a su prosapia intelectual (Javier era nieto de Justo Sierra y tenía a cuestas una sólida carrera profesional, política y universitaria). Entonces, Díaz Ordaz se detuvo, le cedió el paso a Barros Sierra y, en tono burlón de risita dentada, le dijo: “Primero los sabios”. Barros Sierra, mordaz y cáustico como era, le contestó: “No, pase usted, primero los resabios”.
Ya se sabe: la sucesión presidencial es una de las eternas y trágicas obsesiones de la vida pública de México. Especialmente en las postrimerías de cada sexenio, los ánimos y tensiones se exaltan entre los “suspirantes” que anhelan detentar el máximo poder político del país.
Para no variar, en 1963 el gallinero político nacional estaba más que alebrestado; a varios les brillaban los ojitos por convertirse en el sucesor del presidente Adolfo López Mateos. La prensa mencionaba con ahínco algunos nombres de los que habían logrado llegar a la “recta final” en la carrera por convertirse en el “destapado” del presidente, quien, a través del consabido “dedazo”, era el encargado de elegir a su virtual sustituto.
El término “destape”, según el expresidente Luis Echeverría Álvarez –así lo cuenta José Agustín en su Tragicomedia mexicana–, provenía de los palenques, donde es común que antes de la pelea se presente a los gallos cubiertos de la cabeza con una tela (tapados), para que los apostadores no sepan bien a bien de qué animal se trata. De aceptar la versión de Echeverría, esta también explicaría la frase “mi gallo” para referirse a los aspirantes favoritos para ir “por la grande”.
Así pues, los “tapados” del lopezmateísmo eran Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda; Donato Miranda Fonseca, secretario del presidente; Manuel Moreno Sánchez (autonombrado “tapado”), líder del Senado y amigo del presidente; Javier Barros Sierra, secretario de Obras Públicas y futuro rector de la UNAM; y, finalmente, Gustavo Díaz Ordaz, el poderoso secretario de Gobernación a quien, según Gonzalo N. Santos, el presidente llamaba “Gustavito”.
La anécdota aconteció en este contexto de transición presidencial. Resulta que, en cierta ocasión, Barros Sierra y Díaz Ordaz coincidieron en la puerta de entrada de un acto público, ambos en calidad de secretarios de Estado. Ordaz envidiaba y temía a Barros Sierra, en parte, debido a su prosapia intelectual (Javier era nieto de Justo Sierra y tenía a cuestas una sólida carrera profesional, política y universitaria). Entonces, Díaz Ordaz se detuvo, le cedió el paso a Barros Sierra y, en tono burlón de risita dentada, le dijo: “Primero los sabios”. Barros Sierra, mordaz y cáustico como era, le contestó: “No, pase usted, primero los resabios”.
Como sabemos, Díaz Ordaz terminaría convirtiéndose en el “gallo” del presidente López Mateos, ganaría las elecciones de julio de 1964 y gobernaría el país a partir de ese año y hasta 1970. Durante su sexenio, Barros Sierra se convertiría en un fuerte opositor y crítico del gobierno, desde su posición como rector de la UNAM.
Ambos sostendrían una tirante relación de constantes encontronazos y desacuerdos que se intensificaría con el paso del tiempo, sobre todo a raíz de la postura y represión que el gobierno de Díaz Ordaz ejerció ante los diversos movimientos estudiantiles –algunos apoyados por el rector Barros Sierra– y que, como también sabemos, encontraría su cariz más indigno y violento en la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968.
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“Primero los sabios”