La santificación de los humildes hermanos legos

El estrato más bajo de la jerarquía clerical

Antonio Rubial García

En 1562 el príncipe Carlos, primogénito de Felipe II, se cayó por las escaleras de su palacio en Alcalá de Henares mientras perseguía a una sirvienta y se golpeó en la cabeza, quedando inconsciente. Después de probar varios tratamientos, incluyendo a un curandero, el rey mandó colocar a su lado la momia del hermano lego fray Diego de San Nicolás, que se conservaba en el convento franciscano de dicha ciudad. Desde hacía un siglo, la reliquia tenía fama de milagrosa, pues se le atribuía el haber curado a la hija de Enrique IV y a varios obispos y cardenales.

La casi inmediata recuperación del príncipe fue considerada un milagro más del venerable fray Diego, por lo que Felipe II inició la promoción de su causa en Roma. El proceso de canonización fue llevado de manera expedita gracias a las cuantiosas sumas aportadas por el rey, a pesar de que el “milagro” no transformó el carácter violento y excesivo del príncipe, quien mostró un severo daño cerebral después de la caída y un comportamiento errático, agresivo contra su padre, cruel y suicida, por lo cual fue confinado a un encierro permanente hasta su muerte en 1568.

Veinte años después, en 1588, Sixto V declaró santo a quien fuera el primer franciscano español canonizado por la Iglesia, a raíz de lo cual Francisco Peña, abogado y promotor de la causa de su canonización, publicó en Roma su primera biografía en latín, la cual fue traducida en 1594 al castellano por Cristóbal Moreno del Camino; esta fue seguida por otra Historia del glorioso san Diego de San Nicolás, escrita por quien fuera guardián del convento de Santa María de Jesús de Alcalá de Henares, donde vivió y murió el santo. Lope de Vega publicó una comedia sobre su vida y a partir de ella se popularizó el apelativo de Alcalá, que se le daría en adelante, en lugar del de San Nicolás del Puerto, referido a su lugar de nacimiento en Andalucía.

Humildad y espiritualidad
Además de destacar su humildad, los hagiógrafos de fray Diego relataron varios de los milagros por los que fue elevado a los altares. Junto a la curación del príncipe Carlos, se le atribuía haber rescatado ileso a un niño de un horno encendido, donde se había metido a dormir. También se decía que había transformado en rosas unos panes que llevaba para alimentar a los pobres, con lo que contravenía una prohibición dada por su superior a raíz de su excesiva caridad. La curación de un ciego de nacimiento con el aceite de la lámpara del altar fue otro de los milagros que se le adjudicaron.

El nuevo santo, nacido en 1400, era un hombre sencillo, sin linaje ni fortuna. Había sido ermitaño y misionero en las islas Canarias, donde se desempeñó incluso como guardián de uno de los conventos franciscanos; caso excepcional, pues tal cargo sólo podía ser ocupado por sacerdotes y nunca por un humilde lego. Viajó también a Roma en 1450 con motivo del jubileo y de la canonización de san Bernardino de Siena, y se hospedó en el convento que su orden tenía en Araceli. Durante su estancia, una epidemia azotó la ciudad y fray Diego se ocupó del cuidado de los enfermos por tres meses. A su regreso a España sirvió en el convento de Alcalá, donde se desempeñó como portero, enfermero, cocinero y hortelano, hasta su muerte acaecida en 1463.

A raíz de su canonización, su culto se volvió muy popular y, por su relación con algunos de los frailes reformadores del siglo XV, la recién creada orden de los franciscanos descalzos, o alcantarinos, lo consideró como uno de sus precursores. Ellos fueron los grandes difusores de su veneración en sus misiones en las islas Filipinas, Sudamérica y Nueva España, donde incluso pusieron su provincia bajo la protección de este hermano lego, haciéndose llamar por ello dieguinos.

Fray Baltasar de Medina, su cronista, llamó a san Diego “graduado en escuelas y universidad de oración”, en alusión a que, a pesar de su falta de estudios, era un maestro de vida espiritual. Desde 1600, en los templos franciscanos de Nueva España se hacía una ceremonia de bendición de los panes de san Diego durante su fiesta, el 12 de noviembre, la cual se celebraba con gran solemnidad en todo el imperio español e incluso llegó a ser más importante que la de san Pedro de Alcántara, el fundador de la orden de los descalzos.

Afabilidad y sabiduría
A partir del éxito obtenido con la canonización de fray Diego de Alcalá, los franciscanos españoles iniciaron el proceso de otro de sus legos: fray Pascual Bailón, nacido en la Pascua de 1540 (de ahí su nombre). De este aragonés, pastor de ovejas antes de ser fraile, su primer hagiógrafo Antonio Panes contaba que, tras el suceso conocido como “milagro de la aparición”, en el que vio a Cristo en una hostia portada por unos ángeles, pidió ingresar como hermano lego en el convento de descalzos de Nuestra Señora de Orito en Alicante.

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